El enemigo de mi enemigo

Queda mucho camino por recorrer para las potencias en medio de esta guerra sin fin contra los grupos extremistas. 

Lucy Bravo
Columnas
De paria a aliado.
Foto: AP

A raíz de los atentados en París muchas personas se lanzaron a las redes sociales para expresar su solidaridad con mensajes diversos e imágenes de banderas francesas. Dejando a un lado por un momento el hecho de que muestras similares no surgieron después de los atentados en Beirut o Malí, este momentum demostró que el mundo simplemente ya no puede voltear la mirada. El problema es que esta misma solidaridad no parece existir entre nuestros líderes.

Estados Unidos, Rusia, Irán, Turquía, Arabia Saudita, Israel, Francia, Irak… la lista de naciones involucradas en el conflicto con el grupo Estado Islámico (EI) crece, mientras Oriente Medio se convierte en una bomba de tiempo.

A la vez existe poca alineación entre un grupo cada vez más amplio de poderes que supuestamente trabajan por un objetivo en común, por lo que estamos ante una estrategia del tipo “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, pero que en realidad se traduce en una especie de jerarquía de odios y temores.

El mundo solo parece rehén de una brújula de alianzas e intereses que no deja de girar. De un día a otro Rusia pasó de ser el paria de la escena internacional a un aliado necesario en la lucha contra el EI. Aun cuando el Pentágono de EU asevera que 80% de los bombardeos rusos en Siria se han dirigido a las fuerzas rebeldes hostiles al presidente Bashar al-Assad, Occidente ha decidido priorizar su objetivo de seguridad inmediato.

En tanto, la escalada de tensiones luego del derribo del avión de combate ruso por Turquía demuestra que la situación actual es un polvorín de mecha muy corta.

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Pero en el marco de la llamada “guerra contra el terrorismo” el problema de origen radica en la estela de conflictos e inestabilidad que derivó de políticas reactivas tras los ataques extremistas en distintas partes del mundo.

La reacción exagerada es precisamente la respuesta equivocada al terrorismo. Invadir Irak fue el primero en una larga lista de errores, pero Estados Unidos no ha sido el único responsable.

El reto actual para las potencias también se reduce a reconocer el limitado alcance de la intervención y establecer objetivos claros que no necesariamente impliquen un cambio de régimen. Existe una probabilidad importante de que después de un acuerdo político en Damasco se acepte un régimen similar al de Al-Assad luego de un periodo de transición y amnistía para el dictador actualmente en el poder; es decir, una alianza entre ese régimen y las principales potencias. Una vez que el polvo se asiente, todo es posible.

Pero para concebir esta inquietante nueva era es necesario entender el telón de fondo: las políticas conflictivas entre la comunidad internacional sobre temas como los levantamientos de la Primavera Árabe, el acuerdo nuclear de Irán, el futuro del régimen de Al-Assad, la situación en Libia y una larga lista de problemas que se han propagado frente al mutismo internacional demuestran que estamos inmersos en una grave situación de inestabilidad y el epicentro se sitúa en Oriente Medio.

Es aquí donde queda mucho camino por recorrer para las potencias en medio de esta guerra sin fin contra los grupos extremistas, ya que para vencer a este adversario tendrán que comenzar a confiar hasta en sus “enemigos”.