San Cosme, viejo barrio

De los cuatro tívolis existentes en la Ciudad de México, el más romántico era el de la Ribera de San Cosme.

Alberto Barranco
Columnas
San Cosme
Foto: Internet

De los cuatro tívolis o casi-el-paraíso existentes en la Ciudad de México en el último tercio del siglo XIX, el más romántico era el de la Ribera de San Cosme.

Sería su colosal cenador de Robinson a cuyas alturas —colgada la rústica casa de madera entre dos colosales fresnos— se tuteaban con la luna de octubre 300 comensales.

Serían los pavos reales que erguían, libres y multicolores, su soberbia por los jardines; los faisanes y cisnes de sus estanques; sus quioscos de espesos cortinajes de terciopelo rojo, con olor a serenata; sus rosales de blancas promesas; sus veredas custodiadas por formidables macetas de mármol; el olor de sus no me olvides; el sabor de sus atardeceres; el color de sus mirlos, el canto de sus calandrias…

De no haberse ido en el barco Ipiranga, el Tívoli de San Cosme ocuparía dos manzanas del viejo barrio del mismo nombre. Al oriente las calles de Antonio del Castillo y Sadi Carnot; al poniente la de Serapio Rendón; al norte la propia Ribera de San Cosme, y al sur la de Edison.

Escenario ideal

Fundado por el propio extremeño Hernán Cortés el martes 10 de septiembre de 1524, el barrio al que se le puso el nombre de los santos gemelos, Cosme y Damián, fue en su origen el escenario ideal para las huertas y casas de campo de los principales de la corte virreinal.

Uno de ellos, don José de Vivero Hurtado de Mendoza, conde del Valle de Orizaba, iniciaría la construcción, en 1776, de la mansión más hermosa de la zona, conocida como Casa de los Mascarones, dadas las pilastras estípite rematadas en cariátides de su portada.

La casona, en la que cabían cocheras, caballerizas, cuartos de taza y plato y 46 alcobas, fue alguna vez Colegio de la compañía de Jesús; otra, bajo la batuta del doctor Martínez del Río, uno de los primeros asientos de los cursos de verano para jóvenes estadunidenses.

Incautada por la Revolución, la casona se convertiría en sede de la escuela de filosofía de la UNAM, luego de la Escuela Nacional de Música, y actualmente de los laboratorios de la propia institución educativa.

Ahora que el Colegio del Sagrado Corazón, incautado a su vez por el gobierno de Plutarco Elías Calles en el conflicto religioso de 1926, se volvería sede de la Normal Superior y las secundarias 28 y 35.

En la primera de ellas daba clases de dibujo el escritor, pintor y vulcanólogo Gerardo Murillo, conocido como el Dr. Atl.

Y muerto el Tívoli de San Cosme, el espacio lo ocupó la Escuela Comercial Francesa… para ceder el asiento a la célebre ostionería Boca de Río.

Y llegaron las teleras con frijoles chinos, queso de puerco, pierna adobada, bacalao o romeritos con las Mil Tortas en el antiguo mercado de San Cosme de puestos desvencijados.

Y José Alfredo Jiménez era mesero de la cantina La Sirena. Y claro que en La Especial se hacen aún las mejores aguas frescas de la ciudad, mientras El Paisa ofrece sus tacos de nenepil, cuajar, nana, buche, ojo, sesos, ubre y pecho.

En San Cosme, cuando la fayuca no llenaba sus espacios ni se moría de vieja la pulquería El Tecolote, ni se derrumbaba el cine Roxi o se extinguiera la fábrica de cigarros Zaldo Hermanos, vivieron la marquesa Calderón de la Barca; el mariscal francés Aquiles Bazaine; el general Miguel Miramón; el historiador Lucas Alamán, y el bibliógrafo Joaquín García Icazbalceta.

El barrio, escribiría Manuel Ramírez Aparicio, era la poesía de México.