Surgen los monstruos

En ambos lados del Atlántico se ha gestado un movimiento silencioso que ni los analistas ni las encuestas pudieron predecir

Lucy Bravo
Columnas
Donald Trump
Foto: AP

Con fenómenos como el de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en Inglaterra es inevitable recordar aquella frase que acuñó el filósofo italiano Antonio Gramsci hace casi un siglo: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

En ambos lados del Atlántico se ha gestado un movimiento silencioso que ni los analistas ni las encuestas pudieron predecir; y más allá de la retórica antisistema que arropa a las recientes insurrecciones electorales, el mundo transita hacia un nuevo orden de ideas que aún no terminamos de comprender.

Bajo la premisa de que la democracia liberal y la globalización no han cumplido su promesa y que en lugar de crear estabilidad han producido desigualdad y caos, muchos votantes optan por un agente de cambio radical. En ambos lados del espectro el voto se ha levantado en contra del “establishment corrupto”, con el argumento de purificar al sistema y buscar nuevos liderazgos. Pero Trump y el Brexit han sido tan solo los catalizadores, no el gatillo.

Durante siglos el mundo ha sido regido por ideologías definidas por Occidente: liberalismo, comunismo, fascismo, etcétera. Pero con la globalización la era de las grandes ideologías se ha terminado. Vivimos en una época en la que los parámetros establecidos evolucionan a un mayor ritmo que las instituciones, creando incertidumbre y vacíos ideológicos.

Las fronteras se han desdibujado, la demografía sigue cambiando y la tecnología ha transformado para siempre la forma en que nos comunicamos y nos relacionamos con la política. Resulta prácticamente imposible definir valores que ofrezcan claridad y satisfacción para la mayoría. Y sin las grandes retóricas del sentido de comunidad nacional y soberanía, el sistema político es vulnerable a la fragmentación y la paralización. Cuando la burbuja del neoliberalismo se reventó con la crisis financiera de 2008 no hubo nada para atenuar el golpe.

Características

La consecuencia ha sido una brecha creciente entre las élites y la población; la desilusión y el sentido de traición con las instituciones. Sin una ideología dominante los sistemas políticos se vuelven decadentes debido a que, en general, los líderes se ven limitados, como Gulliver, por una cantidad de pequeños hilos que les impiden moverse, como señala el economista Moisés Naim.

La falta de innovación política y la imposibilidad de promover el bien común son las características de un sistema estancado y de sociedades cada vez más divididas. En este sentido, la política se vuelve irrelevante para la vida de las personas y el debate se reduce a una virulenta reacción antipolítico, en la que los hechos y argumentos son reemplazados por eslóganes y símbolos.

Los movimientos reaccionarios que surgen en estas circunstancias abandonan el presente no por una visión futura, sino por una nostalgia del pasado. En los casos recientes, el vox populi ha optado por discursos proteccionistas y xenófobos, alimentados por la idea de una edad de oro perdida.

Los contornos del sistema que probablemente sustituirá al neoliberalismo son cada vez más evidentes: fronteras más cerradas y menos globalización. Este discurso aislacionista prefiere lavarse las manos de conflictos como el cambio climático, el desarme nuclear y los derechos humanos. Y aunque es muy poco probable que estas políticas resuelvan las contradicciones sociales actuales, los monstruos apenas han despertado.