México y los sismos

Las tragedias son siempre una prueba para cualquier nación

Sergio Sarmiento
Columnas
México de pie
Ilustración L. Barrada

Una vez más, un 19 de septiembre. Una vez más un terremoto que deja una brutal secuela de destrucción. En esta ocasión el sismo se registró apenas doce días después de otro, que de hecho fue el de mayor magnitud en el país en cuando menos 100 años, tuvo su epicentro en el mar frente a las costas de Chiapas y causó destrucción principalmente en la zona del Istmo de Tehuantepec.

Se han registrado más de 350 muertes en los dos sismos y las afectaciones materiales suman decenas de miles de millones de pesos. Quizá los daños no alcanzan la magnitud de lo sucedido en el país con los sismos de septiembre de 1985, que dejaron miles de muertes. Pero a 32 años de distancia el impacto en el ánimo del país ha sido enorme. No parece haber ninguna relación entre el terremoto del pasado 7 de septiembre, de 8.2 grados, y el del 19 de septiembre de este 2017, de 7.1 grados.

La distancia entre los dos epicentros, de 650 kilómetros, es demasiado grande. Los especialistas señalan que es improbable que el segundo sismo sea una réplica del primero. Al parecer se trata de dos fenómenos independientes que nos recuerdan una vez más el carácter altamente sísmico de un país que se encuentra en un punto de confluencia de cinco placas tectónicas. La placa de Cocos, en el Pacífico sur, registra un fenómeno de subducción bajo la placa de Norteamérica. En otras palabras, se está sumiendo por debajo de esta última placa.

Esto provoca muchos de los movimientos telúricos que afectan a nuestro país. Los sismos han coincidido con el inicio del proceso electoral, que comenzó formalmente el pasado 8 de septiembre. Hasta este momento no ha habido mucha contaminación política de las tragedias, pero es muy probable que la haya después de cierto tiempo. Por lo pronto la gran discusión se ha centrado en el tema de si los partidos y los candidatos pueden donar parte del dinero que reciben para sus actividades y campañas a los damnificados, cosa que la actual legislación prohíbe y consideraría como una compra de votos.

Pruebas

Como ocurrió en 1985 la solidaridad de la población ha sido el fenómeno más notable y característico de esta tragedia. Miles de personas han participado directamente en las brigadas que han removido escombros y buscado sobrevivientes. Los gobiernos, las policías y el Ejército han aportado también personal a estos esfuerzos, pero es claro que estas instituciones no habrían podido ofrecer tanta gente para los trabajos que se han realizado. La organización en estas labores de rescate en esta ocasión fue significativamente mejor que la de hace 32 años.

Algo se ha aprendido en estas últimas tres décadas. De hecho, los códigos de construcción que se han aplicado en la Ciudad de México después de 1985 han sido al parecer exitosos. Los edificios construidos recientemente, a pesar de su gran altura, han resistido sin problemas estos sismos. Los mayores daños se han registrado en inmuebles de las décadas de 1950 a 1970. Las tragedias son siempre una prueba para cualquier nación.

En México, un país agobiado por la pobreza y la mala infraestructura, los terremotos y los huracanes han provocado destrucciones muy extensas. También han generado, sin embargo, capítulos hermosos de solidaridad humana. Los sismos de 1985 y de 2017 han sido un escaparate de la manera en que los mexicanos se ayudan unos a otros en los peores momentos