ESPEJITOS POR ORO

Nos hemos acostumbrado a la simulación.

Juan Carlos del Valle
Columnas
“Yo, aghh”, óleo sobre lienzo, 40 x 30 cm
Juan Carlos del Valle

Algunos textos hablan de que cuando los españoles llegaron a Tenochtitlán hacían ventajosos trueques con los habitantes de estas tierras, dándoles baratijas sin valor —como cuentas de cristal, espejos o broches— a cambio de objetos de oro. Se ha escrito sobre la ingenuidad de los nativos americanos, quienes gustosamente regalaban sus tesoros. Algunos autores argumentan que no es que los indígenas carecieran de astucia sino que ellos encontraban un alto valor estimativo en esos espejitos y cuentas de cristal y, por lo tanto, se sentían genuinamente complacidos con estos intercambios.

En la actualidad es difícil no reflexionar sobre la permanencia de estas dinámicas. Ya no en relación a los conquistadores del siglo XVI sino respecto de muchos de los contenidos que consumimos todos los días —chatarra sin valor— a cambio del oro de nuestro tiempo, dinero y atención.

Todos los que somos usuarios de redes sociales estamos inevitablemente sometidos a este consumo compulsivo de información falsa, fotografías manipuladas y felicidad artificial. Nos hemos acostumbrado a la simulación.

Hace un par de años uno de los museos más importantes de este país anunció con bombo y platillo una exposición imperdible de dos de los viejos maestros más importantes de la historia del arte universal. La eficaz estrategia de mercadotecnia provocó que ríos de personas se formaran desde las cinco de la mañana en filas interminables que abarcaban varias cuadras, solamente para encontrarse con una muestra que consistía en réplicas de mala calidad y obras atribuidas, aderezada únicamente con unos cuantos originales.

Otro de nuestros museos, que difundía una exposición de pinturas y dibujos de uno de los más admirados artistas mexicanos del siglo pasado, en realidad ofreció al público una muy escasa selección de pinturas originales acompañadas de una secuencia de facsimilares y reproducciones. Es decir, quitando algunas excepciones, se trataba básicamente de una exposición de fotocopias. Al cuestionar a un integrante del equipo del museo sobre este incidente me respondió: “¡Y hasta cree que nos van a prestar los originales!” Fue como abrir una gran bolsa de papas artificiales e insípidas y además descubrir con frustración que más de la mitad está rellena de aire.

Responsabilidad

Estoy mencionando únicamente un par de ejemplos. Lo cierto es que hay mucho que se puede reflexionar en torno de este fenómeno de la vida en la era de la posverdad. Se debe denunciar el abuso y subestimación hacia el público consumidor por parte de instituciones culturales y empresas públicas y privadas que nos atraen con publicidad engañosa e imponen sin ningún remordimiento contenidos insulsos y de mala calidad.

De igual importancia me parece señalar la responsabilidad del público en este sistema fallido: aceptar sin cuestionar, conformarnos sin exigir, ser indiferentes ante la ética de la mentira y mantenernos cómodamente ignorantes es lo mismo que ser cómplices. ¿O será que verdaderamente encontramos algún valor en los espejitos?