UN ZAPATA FIFÍ

El verdadero Zapata, sin embargo, era muy distinto a la imagen que nos han presentado de él.

Sergio Sarmiento
Columnas
Foto: Especial
Ilustración

La imagen de los héroes en nuestro país es usualmente tergiversada por los políticos. La historia, sin embargo, es recalcitrante, se niega a mentir a pesar de los intentos de los políticos por utilizarla para su provecho.

Ahí tenemos el caso de Emiliano Zapata. El 12 de enero el presidente Andrés Manuel López Obrador decretó formalmente que este 2019 sería “el año del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata Salazar”. En la conmemoración por el centenario de su asesinato, el 10 de abril, en Cuernavaca, el mandatario dijo: “Recordar a Zapata es recordar nuestra historia, el no olvidar de dónde venimos para saber hacia dónde vamos. En los últimos tiempos, durante el predominio de la política neoliberal o neoporfirista, se apostó, se promovió de manera deliberada que se olvidara nuestra historia. Los días para recordar se convirtieron en puentes para vacacionar”.

Qué bueno que el gobierno busque promover el conocimiento de la historia, pero es importante que la historia sea verdadera o por lo menos verosímil. Por ejemplo, cuando el presidente firmó en Ayala, Morelos, el decreto que declaraba el año de Zapata afirmó que el Caudillo del Sur tuvo una buena relación de amistad con Francisco I. Madero. Olvidó que Zapata se levantó en armas contra Madero a solo tres semanas del inicio del gobierno de este, tras declarar que el coahuilense era un “traidor a la Patria”.

No es López Obrador el primer presidente que busca presentarse como zapatista. Plutarco Elías Calles acudió a Cuautla en 1924 y afirmó: “Ese programa revolucionario de Zapata, ese programa agrarista, es mío”. Desde entonces virtualmente todos los presidentes priistas, por lo menos hasta Carlos Salinas de Gortari, afirmaron que eran seguidores de la causa zapatista. Zapata dejó de ser un revolucionario molesto, emboscado por las tropas carrancistas, para convertirse en uno de los santones del régimen del PRI.

Propiedad privada

El verdadero Zapata, sin embargo, era muy distinto a la imagen que nos han presentado de él. No era pobre ni carecía de tierra. Era más bien un pequeño propietario, relativamente próspero, al que le gustaba vestirse bien, con pantalones charros de incrustaciones de plata, y que fumaba habanos y bebía coñac. Su propia hermana recordaba que era “muy travieso con las mujeres”. Tuvo por lo menos 20 mujeres y siete hijos, apuntó Enrique Krauze. Su pasatiempo favorito eran las fiestas charras.

El Plan de Ayala buscaba restituir a los pueblos las tierras que habían perdido con la Ley de Desamortización de Bienes de Manos Muertas y con la Ley de Terrenos Baldíos. Pero Zapata no era partidario de la colectivización de la tierra. Antonio Díaz Soto y Gama recuerda que Enrique Villa, uno de sus subalternos, le preguntó qué pensaba del comunismo, que todos los vecinos de un pueblo cultivaran juntos las tierras y el total de las cosechas se repartiera equitativamente entre todos los que habían participado. La respuesta del caudillo fue contundente: “Si cualquier tal por cual… quisiera disponer en esa forma de los frutos de mi trabajo… recibiría de mí muchísimos balazos”.

Zapata es uno de los personajes más importantes de la memoria histórica de México pero ha sido presentado de manera muy falsa. Es verdad que luchó por recuperar las tierras que los pueblos habían perdido por despojos, pero era un firme creyente en la propiedad privada. Era también lo que hoy algunos llamarían un fifí. No hay razón para negar ese aspecto de su biografía.