STALIN UPDATE 3.0

Georgianna Meza
Columnas
Foto: Especial
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Pues bien, muchachos, tras un tortuoso camino llegamos al tercer acto de esta tragicomedia sociopolítica que bien pudo haberse titulado “Big Brother fue un taquero o de cómo aprendí a despreocuparme y amar a los chinos”.

En dos columnas anteriores les hablé del autoritarismo digital impulsado por China; en concreto sobre el Sistema de Crédito Social (SCS) y la Plataforma de Operaciones Conjuntas Integradas (IJOP, en inglés).

¿Qué aprendimos en el camino? Pues que en ambos casos el gobierno utiliza aplicaciones en los celulares de sus ciudadanos para monitorear sus actividades privadas: el SCS otorga una calificación o nivel de confianza mientras que el IJOP puede llevarte a terminar en las mazmorras de un campo de “reeducación” (léase: concentración).

Ahora entramos al tercer —y quizá más oscuro— acto de esta obra. Porque de acuerdo con un oportuno reportaje de The New York Times (Made in China, exported to the world: the surveillance state) nos enteramos que esos chinos no solo han estado ocupados espiando a su gente sino que han direccionado su atención a exportar y compartir su tecnología dictatorial con el resto del mundo.

El reportaje se centra en Ecuador, donde el gobierno del ex presidente Rafael Correa se fue al lado oscuro siguiendo los cantos de sirena del autoritarismo digital chino. De acuerdo con el reporte durante el mandato de Correa se instalaron cuatro mil 300 cámaras en todo el país para monitorear a sus ciudadanos bajo el argumento de combatir al crimen cotidiano.

Sin embargo la perversidad del sistema ecuatoriano radicaba en que toda la información la compartía con la temida Secretaría Nacional de Inteligencia (Senain), que utilizaba los datos para perseguir a opositores del gobierno y profundizar las tendencias autoritarias de Correa.

Poder

Pero aquí no acaba la bronca. Bien indica el NYT que sistemas prácticamente idénticos se instalaron también en Venezuela, Bolivia y Angola (puras fichitas). Otros sistemas similares los compraron 18 países, incluyendo a Zimbabwe, Uzbekistán, Kenia, Alemania y Pakistán. Por si fuera poco se capacitó a cerca de 40 naciones en temas como “direccionamiento de opinión pública”, lo cual —dice el NYT— no es más que un eufemismo de “censura”.

Ahora la pregunta obligada: ¿qué diablos pretende China al propagar este tipo de tecnología por el mundo?

La respuesta es simple: según el periodista Paul Mozu, es ganar influencia en el escenario geopolítico. Porque al otorgar sistemas de espionaje a regímenes con dudosas credenciales democráticas China asegura que estos se perpetúen en el poder, garantizando un sistema de alianzas y redes de comercio y patronazgo.

Una visión más compleja apunta hacia una transformación profunda en el ejercicio del poder en el mundo debido a que las dictaduras digitales representan el advenimiento de una nueva gobernanza tiránica por medio de datos y auspician el nacimiento de regímenes que se sustentan mediante la vigilancia masificada o absoluta.

El resultado de esto es obvio: el descarado uso de la tecnología para consolidar el poder político y aniquilar la privacidad ciudadana, llevando a una normalización del autoritarismo digital a escala global en nombre de la seguridad y en detrimento de la privacidad individual y colectiva.

Esta amenaza es real y hasta ahora las reacciones son escasas. Pero a todos los defensores de las democracias liberales les invito a preguntarse: teniendo acceso a esta tecnología: ¿seremos capaces de resistir a esta caja de Pandora made in China?