EPOPEYAS DE LA PIEL

Una excentricidad literaria más entre mis experimentos editoriales.

Mónica Soto Icaza
Columnas
Foto: Especial
Foto: Especial

Por Mónica Soto Icaza

Salí ataviada con vestido de lentejuelas dorado y verde. Tacones de 15 centímetros, abiertos, peluche breve en la tira sobre los dedos. Ojos delineados de negro, Chanel detrás de las orejas. Mis ya legendarias ojeras y ese repiquetear de zapatos en las losetas que anuncia mi llegada.

Ocupaban la sala 26 personas que solo conocía a través de redes sociales y correo electrónico. Paso a paso se fueron convirtiendo en sonrisas de sudor y suspiros, en abrazos y besos en la mejilla. La adrenalina no daba tregua. Estábamos en un edificio en la Ciudad de México, con las luces de la metrópoli y la luna menguante como testigos, mudos por fortuna, porque si esas paredes y ventanas hablaran no sabemos qué tanto contarían.

El pretexto era la presentación de un libro. Pero no cualquier libro: Epopeyas de la piel, una excentricidad literaria más entre mis experimentos editoriales. La idea surgió de la mente de mis hijos preadolescentes hace varios meses: ¿Por qué no haces un libro escrito a mano, para que cada una de las personas que lo compre tenga un manuscrito original? Mi sistema límbico sufrió esa excitación que conozco bien, la de ejecutar un proyecto, y más cuando ese proyecto es realizar un objeto único, como me gusta tratar a los libros de poesía.

En este mundo de amores en serie, estruendo ideológico, convivencias virtuales; de estar frente a frente pero dirigir las pupilas a una pantalla en vez de a las pupilas del otro; de frases tan desechables como las personas; de deshumanización y respeto precario hacia la vida, donde las cosas valen más que las personas y el dinero es el fin y no un medio, quiero rescatar los cariños incondicionales, las mariposas en la panza, el erotismo de un beso en el cuello, de un guiño, de comerse un helado y disfrutar cómo se derrite en la lengua, trasladando el frío del hielo a la piel.

Reinventar

El plan de hacer una presentación-experiencia de este tipo surgió mientras leía un libro de Safo de Lesbos hace meses, donde el prologuista, Mauricio López Noriega, planteó: “Este tipo de poesía no se escribía aún, ni se creaba para ser leída; al contrario, se cantaba, acompañada de una lira, para un auditorio pequeño, muy selecto”, y entonces me di cuenta de que necesitaba volver al origen de la poesía, reinventar el contacto de este hermoso género con los lectores, buscar la manera de atraparlos irremediablemente entre las redes de la palabra.

Para Jorge Luis Borges: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”. Por eso, haber escrito página por página con una pluma fuente de tinta azul, elegido algunas fotos, diseñado un fólder para cada uno de ellos y convocar a amantes del erotismo y las musas a compartir el vino, la inspiración y la ejecución de un sueño, es de las extravagancias más divertidas y evocadoras que he gozado en mis 25 años de entrega a la literatura (como aquella vez que se me ocurrió hacer una presentación en una sex shop, hace nueve vueltas al Sol).

No puedo contar más, prometí lo mismo que el eslogan de Las Vegas: “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”. Así que, querido lector, te dejaré suponer lo que pasó. Y por supuesto mis fantasías se preguntan aún hoy, unas 20 horas después, cuáles de las parejas asistentes habrán llegado a casa a llevar la poesía del papel a las sábanas.