La experiencia del dolor, en las mismas áreas cerebrales que la empatía

Psicólogo de la Ibero habla, en Seminario de Bioética, de la base fisiológica del dolor y el sufrimiento

Redacción
Bienestar
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El sufrimiento es una experiencia compleja y multifacética que durante mucho tiempo se comprendió sólo como el displacer provocado por el dolor, y que actualmente se sabe es una experiencia de tipo emocional; una capacidad de sufrimiento extendida que fue procurada por el crecimiento cerebral extraordinario de los seres humanos.

El Dr. Óscar Galicia Castillo, académico del Departamento de Psicología de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, dijo que, debido a esta evolución, “nuestra capacidad de darnos cuenta de lo que ocurre en el mundo, a través de nuestros procesos cognoscitivos, nos permite experimentar diferentes formas de sufrimiento”.

En el cerebro existen áreas -la corteza cingulada anterior y la corteza frontal medial- que facultan a las personas identificarse con las emociones e ideas de otras, y son las mismas zonas que las habilitan a sentir dolor o asignarle una emoción al dolor.

En su conferencia ‘De naturaleza inevitable: la base fisiológica del dolor y el sufrimiento’, que dictó en el Seminario de Bioética del Departamento de Ciencias Religiosas, el doctor expuso que el sufrimiento emocional puede ser causado por un duelo, una pérdida, un trauma, un problema de salud mental, la falta de sentido o propósito en la vida, la sensación de aislamiento, de desconexión de los demás o de estar atrapado en una situación insoportable.

Independientemente de su causa, el sufrimiento puede tener efectos profundos en el bienestar y la calidad de vida de una persona, al conducirla a problemas de salud física y mental, afectar sus relaciones y funcionamiento social, y al manifestarse como un sentimiento de tristeza, ansiedad, miedo, ira o desesperanza.

Y aunque en el principio de la historia evolutiva de los seres humanos el sufrimiento estuvo directamente relacionado con el dolor -por ejemplo, el provocado por una lesión-, hoy en día observar la situación de precariedad y el sufrimiento de otras personas “nos lleva a nosotros mismos a sufrir”.

Pese a que el sufrimiento es una manifestación cerebral “de que algo me está haciendo sentir muy mal”, también puede ser un catalizador para el crecimiento y el cambio en momentos de crisis. Es una experiencia que puede proveer fortaleza y resiliencia a las personas, que puede ayudarles a generar significados para utilizar ese sufrimiento como “motor de algún emprendimiento, de alguna lucha o quizá de algún acto emergente que permita resignificar el dolor”.

Del dolor, Galicia Castillo mencionó que “es una construcción compleja de la sensación que se compone de diferentes elementos, y puede ser modificada de acuerdo a nuestra experiencia y a circunstancias particulares de nuestro entorno”.

La Asociación para el Estudio del Dolor describe al dolor como una experiencia emocional y sensorial displacentera, asociada con un potencial daño al tejido. Adicionalmente, el dolor provoca una toma de decisiones al respecto, pues percibirlo es de alta relevancia para la supervivencia, “y es de naturaleza prioritaria y urgente para el cambio, para la acción que se va a desarrollar”.

Se sabe actualmente que el estado de ánimo influye de manera importante en la percepción del dolor. En un estado de mal humor, normalmente la intensidad y el displacer que se tienen al lidiar con la experiencia dolorosa tienden a ser mucho mayores que cuando se tiene buen humor. De tal forma que estados que de entrada producen o generan sensaciones de displacer, como la ansiedad, la depresión o el estrés, hacen más profunda, más intensa y más displacentera la experiencia dolorosa.