CDMX. 10 de octubre de 2025. Cuando hablamos de obesidad, lo primero que suele venir a la mente es la báscula, las dietas o el ejercicio. Pero hay un aspecto que rara vez se visibiliza: el emocional. Vivir con obesidad no se limita a los cambios físicos; también implica lidiar con prejuicios, estigmas y una carga emocional que puede afectar profundamente la autoestima y la salud mental. De hecho, 4 de cada 10 personas con esta condición presentan síntomas de depresión o ansiedad, lo que resalta la necesidad de abordar esta conexión invisible.
“Quien recibe un diagnóstico de sobrepeso u obesidad suele enfrentarse a comentarios sobre su apariencia, miradas críticas o juicios sobre su disciplina. Estas frases pueden parecer simples opiniones, pero en realidad son prejuicios que dejan huellas emocionales y afectan la calidad de vida de las personas”, explica la psiquiatra Mónica Arienti.
Lo que la báscula no muestra
Los prejuicios y el estigma hacia las personas con obesidad provocan que muchas eviten o retrasen la atención médica por miedo a ser juzgadas. Estos estigmas pueden ser externos —provenientes de la sociedad o del personal de salud— o internos, cuando la persona los interioriza y desarrolla auto estigma, afectando su autoestima y su confianza en el sistema médico.
Además, los sesgos de algunos profesionales pueden llevar a diagnósticos simplificados o a un trato despersonalizado, centrado solo en el peso, lo que disminuye la calidad de la atención.
Como consecuencia, el estigma del peso empeora la salud física y mental, reduce la adherencia al tratamiento y agrava las enfermedades. Promover una atención libre de juicios, empática y centrada en la salud integral es clave para mejorar la búsqueda y continuidad del cuidado médico.
Las cifras muestran lo profundo de esta relación: las personas que viven con obesidad presentan entre un 18% y un 55% más de probabilidades de desarrollar depresión o ansiedad. Y no solo eso: quien inicia con depresión puede tener 58% más riesgo de convivir con obesidad.
Conectando con las emociones
“Detrás de cada cifra hay experiencias humanas muy significativas. La tristeza, la frustración o la soledad pueden detonar lo que conocemos como hambre emocional. Comer no solo satisface el estómago, también ofrece un alivio momentáneo a las emociones, aunque después puedan aparecer sentimientos de culpa, aislamiento o desesperanza”, señala la especialista Arienti.
El aumento de peso y los retos emocionales están estrechamente conectados y se retroalimentan:
- El rechazo social y la discriminación pueden generar ansiedad y desesperanza.
- La depresión puede reducir la actividad física y fomentar hábitos poco saludables, incrementando el peso.
Emociones como la tristeza o el estrés pueden conducir tanto a comer compulsivamente como a restringir alimentos, reforzando un círculo de malestar emocional difícil de romper.
La importancia de generar conciencia y empatía
La evidencia lo confirma: hasta el 35% de las personas con obesidad presentan depresión o ansiedad, y alrededor del 25% puede desarrollar un trastorno por atracón, el más común dentro de los trastornos de la conducta alimentaria en esta población. “Cuatro de cada diez personas que viven con obesidad también presentan síntomas depresivos o ansiosos”, afirmó la especialista.
“La falta de atención a la salud mental en el tratamiento de la obesidad no solo genera frustración en quienes buscan perder peso, sino que también limita la eficacia de los tratamientos. Es necesario hablar de la obesidad y la salud mental sin prejuicios, y buscar acompañamiento profesional para ambas condiciones”, concluye la Dra. Arienti.
La Federación Mundial de Obesidad recuerda que este es un padecimiento crónico y complejo, por lo que los tratamientos deben ser multidisciplinarios, seguros y sostenibles a largo plazo. Al mirar más allá del peso y poner en el centro la salud mental y emocional, podemos abrir camino hacia un bienestar real, digno y empático para todas las personas que conviven con esta condición.