Para combatir la enorme huella ambiental que provocan, el Senado francés aprobó una ley que prohíbe la publicidad de marcas ultrarápidas, impone un impuesto ecológico por prenda y exige ecoetiquetas.
El fast fashion transforma la manera en que consumimos ropa, pero su impacto ambiental es tan amplio como la velocidad con la que cambia de temporada: más allá de los precios accesibles y la variedad de diseños, esta industria representa una amenaza ambiental urgente que comienza en el campo, atraviesa las fábricas y termina en ríos, océanos y basureros.
Para Rogelio Omar Corona Núñez, investigador y profesor en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el problema comienza desde el origen de las prendas, pues la producción de algodón, una de las materias primas más utilizadas, consume grandes cantidades de agua y requiere pesticidas y fertilizantes.
“Estos químicos, arrastrados por las lluvias, terminan en ríos, lagos y océanos, afectando ecosistemas completos. Pero los textiles sintéticos, como el poliéster —uno de los más usados en la actualidad—, tampoco se salvan: son derivados del petróleo, y su producción y procesamiento liberan Gases de Efecto Invernadero (GEI) que agravan el cambio climático”, dice a Vértigo.
A ello se suma la contaminación que provocan tintes y productos químicos empleados para tratar las telas.
En muchos casos, como ocurre en países como India y México, los residuos industriales son vertidos directamente al drenaje sin tratamiento alguno.
Investigadores documentan que en el Río Atoyac, en Puebla, se han detectado colorantes asociados a la producción de mezclilla y en ciertas zonas cercanas se reporta un aumento en casos de cáncer por encima del promedio nacional.
Frente a esta realidad, el problema no se limita a la producción: también está en el consumo. Para Corona, la sobreproducción de ropa la impulsan decisiones individuales, muchas veces motivadas por razones emocionales o sociales.
“Comprar ropa se ha vuelto una forma de validación personal; y muchas personas lo hacen sin considerar si realmente la necesitan. Las redes sociales y las tendencias digitales amplifican este fenómeno, fomentando el miedo a repetir vestimenta”, explica.
Fenómeno global
Este comportamiento lo aprovechan marcas que han llevado el fast fashion al extremo. Plataformas como Shein y Temu introducen miles de nuevos modelos cada semana, utilizando Inteligencia Artificial (IA) para predecir qué productos serán populares.
Este modelo, conocido como ultrafast fashion, elimina las temporadas tradicionales y produce en tiempos récord, pero a costa de una enorme huella ambiental.
El estudio Analysis on SHEIN’s Overseas Success During Covid-19, publicado en la plataforma científica Advances in Economics, Management and Political Sciences, revela que Shein tiene más de 100 diseñadores y lanza cerca de 200 productos diarios, con un ciclo de diseño a venta de dos semanas y producción a escala en siete días.
Francia responde a ello con una legislación pionera: en junio pasado el Senado francés aprobó una ley que prohíbe la publicidad de marcas ultrarápidas, impone un impuesto ecológico progresivo por prenda y exige ecoetiquetas que informen sobre la huella de carbono, consumo de recursos y reciclabilidad de cada artículo.
También establece sanciones para influencers que promuevan estas marcas y que podrían alcanzar hasta 100 mil euros.
La normativa entrará en vigor en 2026 con el objetivo de desalentar el consumo desmedido y redirigir los ingresos recaudados hacia proyectos de moda sostenible.
¿Y en México? Aunque los avances legislativos son más recientes, también se dan pasos.
La Comisión de Preservación del Medio Ambiente, Cambio Climático y Protección Ecológica del Congreso de la Ciudad de México, por ejemplo, aprobó reformas a la Ley de Residuos Sólidos para que la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) implemente programas de recolección, reciclaje y reutilización de ropa usada.
Además, se impulsarán campañas para fomentar el intercambio de ropa y evitar que los textiles terminen en la basura.
Elvia Estrada Barba, presidenta de la comisión, señala que según datos de Greenpeace México en 2021 la producción y el lavado de ropa liberaron cerca de 500 mil toneladas de microplásticos en los océanos. Si esta tendencia continúa, se estima que para 2050 el consumo de petróleo de la industria textil podría alcanzar los 300 millones de toneladas anuales.
El dictamen también establece que las alcaldías deben ser responsables de ejecutar estos programas y campañas.
Para Corona estas medidas son valiosas, pero su efectividad depende de que exista un monitoreo riguroso y un esquema de sanciones que realmente disuada el incumplimiento. Sin penalizaciones claras, advierte, “muchas empresas optarán por pagar multas en lugar de cambiar sus prácticas”.
Reutilizar
Frente a este escenario la ropa de segunda mano —conocida como “ropa de paca”— aparece como una alternativa viable y urgente. Aunque durante mucho tiempo fue vista como un símbolo de necesidad, las nuevas generaciones están rompiendo con ese estigma y adoptándola como una decisión ética y ecológica.
“Muchas de estas prendas están en perfectas condiciones y podrían seguir en uso, no tienen por qué convertirse en basura”, señala el investigador.
La reutilización no solo retrasa el fin de vida útil de las prendas, sino que también evita la necesidad de producir nuevas. Sin embargo, el reciclaje textil, aunque útil, debería ser el último recurso, ya que también implica un gasto energético.
Antes de desechar, sugiere Corona, se puede intercambiar ropa con amistades, donar o modificar para extender su vida.
En este contexto, algunas grandes marcas ya comienzan a cambiar. Adidas y Nike, por ejemplo, lanzaron colecciones fabricadas con materiales reciclados, como botellas de PET. Casas de moda como Dior, Chanel y Versace reutilizan retazos y prendas viejas en nuevos diseños. Estas iniciativas, si bien todavía minoritarias, demuestran que la sostenibilidad puede ser compatible con la rentabilidad.
De acuerdo con los especialistas, para frenar la contaminación textil se necesita más que acciones individuales. Se requiere una política ambiental firme, con regulaciones claras, impuestos que reflejen el verdadero costo ambiental de las prendas y un cambio en la cultura del consumo. Como señala Corona, “si no queremos hacernos responsables, entonces es deber del Estado obligarnos a serlo. La moda no tiene por qué desaparecer, pero sí necesita transformarse. Y en ese cambio la ropa usada, la reutilización consciente y la exigencia ciudadana pueden marcar la diferencia”.