Cdmx, 11 de diciembre de 2025.-Cuando el jefe de una familia rural migra, la carga laboral de la mujer se incrementa, adquiere mayor visibilidad, una autonomía restringida, pero con altos costos personales.
Así lo expresó Brenda Duarte Rivera, posdoctorante de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, al participar en el Seminario Permanente de Migración, Género y Trabajo, organizado por el Instituto de Investigaciones Económicas.
Realiza un proyecto de investigación en el Valle del Mezquital, Hidalgo, donde efectuó ocho entrevistas, en 2017, en Tizayuca, Actopan e Ixmiquilpan; y 41 más en esta última localidad en 2019 y 2020. Los primeros hallazgos los compartió en su presentación “Las que se quedan: Migración masculina y carga laboral femenina en el México rural”.
Detalló que la migración de hombres de esa región hacia Estados Unidos inició con el programa Bracero, pero tuvo un boom a partir de 1990. Las personas migrantes ejercen trabajos relacionados con la agricultura, construcción, servicios y labores domésticas. Sus principales destinos son: Florida, Tennessee, Texas, Nevada, Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur
La migración del jefe del hogar no se puede lograr sin el respaldo de su familia; es decir, es una estrategia para diversificar riesgos y maximizar ingresos. Esto genera que ellas asuman labores de producción agrícola, ganadera y la administración de pequeños negocios.
“En algunos casos ellas deciden qué sembrar, contratan jornaleros y negocian con intermediarios, lo que les permite adquirir herramientas de negociación. Sin embargo, la tierra sigue a nombre de los esposos, lo que limita la autonomía real, no pueden decidir venderla, invertir en más tierra”, dijo.
Duarte Rivera expuso que las remesas que reciben son para sostener el hogar, pero también están “etiquetadas” para proyectos específicos como emprender un negocio, construir la casa, y muchas veces los hombres siguen determinando a distancia.
“La migración masculina redistribuye el trabajo dentro de la familia, pero no transforma el orden de género: mayor responsabilidad no implica mayor poder”, aseveró.
Frecuentemente el padre ejerce la autoridad desde lejos, a través de llamadas y supervisión de figuras paternas como un hermano mayor, el abuelo, un tío. Además, ella tiene vigilancia por parte de la familia política (suegra y cuñadas) para cuidar su reputación y moral sexual.
También son las responsables de la crianza de las y los hijos en México y tienen que trabajar la parte emocional que permite sostener la migración, contienen a las infancias y mantienen la esperanza de la reunificación familiar; son las mediadoras del vínculo entre padres e hijos, y realizan la contención del miedo, la incertidumbre y la nostalgia en la familia, abundó.
Además, prosiguió, hacen frente al trabajo comunitario que deben realizar sus esposos y están reconfigurando las asambleas comunitarias por ausencia de los primeros. En ocasiones los varones migrantes nombran un representante o bien, sus esposas los representan, contratan a terceros para que realicen estas labores o pagan cuotas establecidas.
La doctora en Antropología Social y profesora en la especialización de Historia Económica, y de asignaturas de género e historia cultural en la Facultad de Ingeniería en la UNAM, Brenda Vivian Rico, comentó que la presentación muestra que la migración masculina se traduce en la intensificación de la carga laboral femenina, pero mantiene el orden patriarcal local.
El proyecto de investigación de Duarte Rivera muestra que desde los estudios migratorios es posible ver la reconfiguración profunda de regímenes de género, puntualizó.

