CDMX, 18 de noviembre de 2025. En las lesiones neurológicas, el desafío no siempre está en el músculo, sino en la comunicación. Tras un accidente cerebrovascular, una lesión medular o una enfermedad neurodegenerativa, el cerebro puede seguir emitiendo señales, pero el cuerpo deja de responder. Esa desconexión funcional, cuando la intención del movimiento existe, pero la señal no llega, es una de las fronteras más complejas de la medicina.
Esa falta de respuesta no se debe a la fuerza o al músculo, sino a una interrupción en las vías nerviosas que comunican al cerebro con el resto del cuerpo. Cuando una lesión daña esas rutas, el impulso eléctrico que debería activar el movimiento se pierde en el camino. En algunos casos, el cerebro tampoco recibe correctamente la información sensorial, como la posición del cuerpo o la presión al tocar algo, lo que dificulta aún más coordinar las acciones.
Según la Asociación Americana del Corazón, por cada minuto que pasa durante un accidente cerebrovascular, el cerebro puede perder alrededor de 2 millones de neuronas, lo que evidencia la magnitud del daño y la importancia de una atención y rehabilitación tempranas para aprovechar la capacidad del cerebro de reorganizarse y formar nuevas conexiones.
“Aunque la persona conserve la intención de moverse, el cuerpo no logra ejecutar la orden. La tarea de la rehabilitación neurológica es restablecer ese diálogo, enseñando al cerebro a reenviar órdenes y al cuerpo a responder con precisión”, explica el Dr. Arturo Pichardo, médico cirujano especialista en rehabilitación.
En este tipo de afecciones, el objetivo terapéutico va más allá de recuperar la movilidad visible: se busca reconstruir la comunicación entre cerebro, nervios y músculos. A diferencia de una lesión ortopédica, donde el trabajo se concentra en el fortalecimiento estructural, la rehabilitación neurológica combina entrenamiento físico con estimulación sensorial y cognitiva para restablecer la coordinación entre los sistemas que controlan el movimiento.
La robótica ha revolucionado la rehabilitación neurológica al facilitar la reconexión entre cerebro y cuerpo a través del movimiento. Gracias a equipos que guían y asisten cada acción, es posible reproducir gestos con precisión y constancia, medir fuerza, rango articular y coordinación, y ajustar la intensidad de la terapia según la respuesta neuromuscular de cada paciente.
Estos sistemas no solo ejecutan movimientos: recrean patrones naturales como caminar, extender un brazo o sujetar un objeto para que el cerebro vuelva a reconocerlos y controlarlos. Esa repetición guiada estimula la neuroplasticidad, capacidad del sistema nervioso para reorganizarse y crear nuevas conexiones, lo que permite recuperar progresivamente las funciones motoras y restablecer la comunicación entre mente y cuerpo.
La robótica también aporta una ventaja clave: la medición del progreso. Cada sesión genera datos cuantificables que permiten comparar resultados, ajustar estrategias y personalizar el tratamiento de acuerdo con la evolución del paciente.
“En clínicas especializadas, como CEREBRO, el especialista interpreta los datos que arrojan los equipos, analiza cómo responde cada músculo y decide en tiempo real qué ajustar. La tecnología amplía nuestra capacidad de observación, pero el tratamiento se construye con la experiencia clínica y el acompañamiento constante al paciente”, concluye el especialista.

