Carpas, alma de México

Ayunas de lentejuelas y filigranas; exentas del glamour de reflectores y autógrafos; las carpas eran el alma del México de los chiflidos, el albur y la risotada lépera.

Alberto Barranco
Columnas
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Décadas de dominio
Foto: Internet

Ayunas de lentejuelas y filigranas; exentas del glamour de reflectores y autógrafos; cobijadas por tiesos telones, alguna vez terciopelo, pestilentes tablones y mil 500 goteras de todos olores y sabores, las carpas eran el alma del México de los chiflidos, el albur y la risotada lépera.

La catedral del albur. El refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos. Ruega por ellas.

—Pásele caballero, damita: ¡dos tandas por un boleto!

El recuerdo provoca lágrimas del respetable: el gendarme que se hace guaje ante el chiste político contra el mero señor; la aprendiz de vedette enseñando sus pantaletas rojas de satín; las plumas gruesas de pavorreal; las letras chuecas; la vieja guitarra ronca; las plastas de maquillaje…

En el elenco, Mario Moreno Reyes, Cantinflas, el peladito del hilacho por gabardina; Manuel Medel, simbiotizado eternamente en Pito Pérez; Jesús Martínez Rentería, Palillo, con amparo en la bolsa por si las moscas…

Y directo de Guayaquil el hombre que habla por el ombligo, Paco Miller con su muñeco cejón. Y quién no se acuerda que al gran Chicote le regaló el gobierno capitalino una carpa cuya entrada eran sus flacas piernas gigantes; o de que Gloria Marín dejó la carpa del brazo de Jorge Negrete.

Y la diosa de los teatros de segunda, la vecina de las quesque butacas de vigas y ladrillos, Celia Tejada, dejó la barriada por el aplauso de los pobres, a los 14 años.

El inventario nace en 1922 con la carpa de variedades que abrió Crescencio Díaz en el corazón de la Merced: función continua desde las cuatro de la tarde, cuyo calor se volvía infierno a la media noche al subir el termómetro del albur… y de pasadita las falditas de las bailarinas.

Y luego llegarían en racimos La Mariposa, de las calles de General Anaya; la Olímpica, de las mil batallas y domicilios fiscales; el Colonial, donde hizo época Lupe la Criolla, la Lupe Vélez del barrio; el Salón Rojo, de Santa María la Redonda, el Brodway mexicano, donde la estrella era la magia de la guitarra de Claudio Estrada.

Ritos

Más allá el Salón Morena, el Ofelia de las calles de Pensador Mexicano; por ahí del inolvidable Salón México, a cuyo asfalto le arrancara un pedazo de noche el maestro Juan Rulfo.

Y si le seguimos, la Azteca se volvió ambulante y se fue 20 años a pueblear.

Y, señoras y señores, esta noche en la Carpa Rosita debuta Manuel Palacios, Manolín, quien la haría gigante con un tenor del trío Alabama conocido como Shilinski. Y ya caliente el recuerdo de la ingrata, ahí están los hermanos Ruiz Armengol, Marilú, la muñequita que canta, llorando boleros…

Y Pepe Hierro, Procopio, puso su propia carpa en 1930, cuando llegó a la escena Cantinflas, por más que la mejor época del peladito fue con la carpa Valentina, cuyo propietario lo hizo su yerno.

Ahora que Shilinski se volvió su concuño.

El rito, Harapos, Serapio, los títeres de Rosete Aranda, el Panzón Roberto Soto, el Cuate Chon, María Victoria, Miguel Inclán, Amelia Wilhelmy, Resortes Resortín de la Resortera, se alargó de la década de los 20 a los 60.

—De a 10 fierros: esta y l’otra por un boleto…