Hace muchos años se fue el sudor de las palas. El lento rodar de los cortejos. La oración fúnebre al brillo de la última lágrima. El agua bendita en el monte donde anidará la cruz. La flor que cobijará la cama del sueño eterno…
Pero quedaron los recuerdos esculpidos en lápidas: “¿Cómo podré olvidarte, Klaus?” “Nuestro eterno cariño. Recordamos tu nobleza y bondad”. “Por tu presencia fueron vida, alegría, ternura y tolerancia”. “Te quisimos mucho. Te recordamos por salvarnos del peligro”.
A veces las rejas rechinan otra vez para dar paso a la gratitud eterna. La familia entera que lleva la fiesta de cumpleaños que ya no pudo festejar el muertito. Su collar de brillantes que no logró estrenar. La medalla con su nombre…
El cementerio de perros del kilómetro 17.5 de la carretera vieja a Toluca, muy cerca por cierto del lugar al que el pueblo bautizó como Colina del Perro, está lleno, a tope, desde 1978.
El espacio se acabó con tantas tumbas a perpetuidad. Pero el panteón está vivo: vivas sus flores, sus gladiolas, sus malbones, sus azucenas, sus rosas, sus gardenias; vivas sus lápidas de desgarradores recuerdos; vivos sus monumentos, sus estatuas, sus bustos; vivos sus jardines; vivo el eco de los ladridos…
Viva la caravana del 2 de noviembre con las ofrendas de los difuntos: la calabaza en tacha, las veladoras de cera amarilla, la pierna de guajolote cocida que tanto le gustaba, su agüita, su huesote…
A veces una llorosa mujer vestida de negro permanece toda la tarde mirando la tumba de su compañero más fiel; a veces un niño se niega a aceptar la muerte y quiere escarbar en busca de su mejor amigo; a veces, entre un viento helado que huele a silencio, se escucha, lejano, el mariachi que llega a cumplir la promesa de la serenata a Pinki…
Espacios
Y quizá con ello se alegre Cleo, cuya lápida se impregnó de miel: “La estrella candente e imperecedera de tu lealtad y serenidad será la luz que guié y aliente nuestro camino”, dice.
O quizás hasta baile el Son de la negra el inmortal Rabito, que “se fue, pero siempre vivirá en nuestro corazón”. O la Chiquis, que dejó viuda de amor a su familia, se vuelva a enamorar…
Y acaso entre estertores de tristeza y nostalgia alguien pregunte: “¿No oyes ladrar a los perros?”
A la perrita Chiquis la recordó un año su amo llevándole una rosa cada día, igualito que la canción, y un ramo colosal de cempazúchitl el día de los muertos.
Y hay una escultura de tamaño natural cubierta del viento por un techo de dos aguas de granito que recuerda a Klaus.
Lástima que el espacio no alcanzó para todos.
Quién le habría de comprar una tumba a perpetuidad al “callejero de las cosas bellas que se bebió de golpe todas las estrellas y un día se quedó dormido y no despertó” del que habla Alberto Cortés.
Perra suerte.