Palacio de Iturbide

El escándalo corría a vuelo de voceadores por plazas, calles y callejones.

Palacio de Iturbide
Foto: Internet
Columnas
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El escándalo corría a vuelo de voceadores por plazas, calles y callejones. A veces era la noticia: “A la una y 15 minutos de la tarde de ayer, en la arteria principal de la capital, y en momentos en que era más intenso el paseo, se desarrolló intempestivamente, salvajemente, una horrenda tragedia de carácter político…”

A veces era la crónica: “Multitud de carruajes particulares y de alquiler, llevando a bordo bellas mujeres, familias con niños, deambulaban por la calle Madero, frente al hotel Iturbide…”

Y los detalles: “En la dulcería situada enfrente, un balazo penetró en el letrero de cristal…”

El blanco de los disparos (¿30? ¿50? ¿90?) era el exgobernador de Tabasco y presunto senador electo Tomás Garrido Canabal… quien resultó ileso.

“Ni todas las que tiran pegan, ni todas las que pegan matan”, diría el político al salir de la Cruz Verde con un proyectil al puño… que luego, colgado al cuello, sería su amuleto favorito.

El incidente del 20 de agosto de 1926 era, sin embargo, uno más en la larga vida del edificio número 17 de la calle de Madero, antes San Francisco, conocido primero como Palacio del Marqués de Jaral de Berrio, luego como Palacio de Moncada, y más tarde como Palacio de Iturbide (ahí llegaría una turba encabezada por el sargento Pío Marcha para proclamar como emperador al jefe realista que se había unido a la causa insurgente, sellando la alianza con el Abrazo de Acatenpam), el arrogante caudillo que había desfilado por la misma calle el 27 de septiembre de 1821.

Recuento

En el edificio, valuado en 1782 en la fabulosa cantidad de 107 mil 904 pesos con 40 centavos, cedido de mal modo por su propietario, Juan Nepomuceno de Moncada y Berrio, nacería el 26 de mayo de 1822 el príncipe Felipe, hijo primogénito de Agustín de Iturbide.

A él llegarían, años después, las diligencias que venían del interior de la República, convirtiéndose parte de la construcción en un hotel.

El intento sería realidad bajo la razón social Hotel Iturbide: 170 cuartos, ropa limpia cada semana y luz para acostarse. La tarifa: seis pesos al mes… aunque las habitaciones de lujo llegaban a costar 80.

De ahí salían en elegantes carruajes tirados por caballos tordillos con penachos de azahares, las primeras actrices de las funciones de gala del Gran Teatro Nacional.

El público les hacía valla.

El hotel, restaurado en 1894 por el arquitecto Emilio Dondé, vivió hasta 1930, tras ser residencia del marqués del Jaral de Berrio y casa de diligencias de Anselmo Zurutuza.

Ahí se alojaba, bajo el cobijo de “licencias provisionales”, una de las casas de juego más famosas al amanecer del siglo.

Ahí estuvo por décadas el famoso café Lady Baltimore, del que no salía el grupo de poetas conocido como Los Contemporáneos: Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Salvador Novo, Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia.

El recuento está vivo aún, piedra por piedra.

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