La primera vez fue en el Mercado del Volador que, de haber gambeteado la picota, estaría en el lugar del edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: libros empastados en piel a precios de ganga bajo la batuta de añejos bibliófilos, en un escenario de botellas, zapatos, ropa usada y fierro viejo que vendan.
La tradición ya era vieja cuando la exigencia la llevó a la mismísima Plaza Mayor, donde cualquiera que tuviera un libro podía venderlo o cambiarlo sin exigencia al calce de licencia del Ayuntamiento… pero previa censura eclesiástica.
Más tarde los libros llegarían como una mercancía más a los baratillos de la Nueva España, situado el principal de ellos donde hoy se ubica la calle Seminario.
Ahora que librería, librería, lo que se llama librería, nació en los bajos de una casa del Hospital del Amor de Dios en lo que hoy sería la calle de Academia.
La catarata llegaría en el siglo XVII con epicentro en las calles de San Francisco, Tacuba, la Acequia, Santo Domingo, los Arcos de San Agustín…
Un siglo más tarde florecían las librerías de Manuel Cueto en la calle de San Francisco; Del Arquillo, en lo que hoy es Cinco de Mayo, de Domingo Sáenz Pablo en las Escalerillas, hoy Guatemala…
Ahora que en el siglo XIX el Mercado del Parián tenía como lujo mezclar sus mercancías de importación con libros que se desechaban de los conventos, surgiendo, en paralelo, la posibilidad de la consignación… que se anunciaba en el Diario de México.
De aquello que fue quedan aún, entre otras, la Antigua Librería de Murguía, ubicada en el portal del Águila de Oro, donde se imprimiría la primera edición del Himno Nacional Mexicano y el primer ejemplar de una tradición viva: el Silabario de San Miguel, el Catecismo del padre Ripalda…
A la tertulia de su dueño, Manuel Murguía Romero, llegaban el poeta Manuel Carpio, el historiador José María Roa Bárcenas y el dramaturgo José Peón Contreras.
Tradición
A la fiesta arribarían también la librería de Mariano Galván Rivera, donde nació el famosísimo Almanaque del más antiguo Galván; la librería Botas, de Andrés Botas, quien inició el negocio que se convertiría en una editorial con una caja de libros que trajo de España.
Ediciones Botas publicó Los de abajo, de Mariano Azuela; Santa, de Federico Gamboa, y más tarde los clásicos de José Vasconcelos…
Y la guerra civil de España provocó que se cobijaran en México libreros de leyenda como Rafael Jiménez Siles, quien fundaría las Librerías de Cristal, la más famosa de las cuales estaba en la Alameda.
Uno de sus asiduos era el escritor Martín Luis Guzmán, aunque más tarde llegarían a la orgía de los libros Artemio de Valle Arizpe, Emmanuel Carballo, Salvador Novo, Carlos Chávez, Juan José Arreola…
En el encuentro de la vieja tradición está también la Librería Misrachi, de Alberto Misrachi, a cuya referencia de Avenida Juárez acudían Diego Rivera, León Trotsky, David Alfaro Siqueiros, Carlos Chávez, José Clemente Orozco, Frida Kalho, Remedios Varo, Rufino Tamayo…
Y el 20 de junio de 1971 se inauguró la Librería Gandhi de Mauricio Achar, con un acervo original de 20 mil títulos. “El mejor librero mexicano”, decían. Al oasis en el sur de la ciudad llegaban Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Vicente Leñero…
Una vieja historia: las casas de libros.