EL OTRO MAQUIAVELISMO

“Donde la diversidad de ideas no se propaga, impera el silencio y la injusticia”.

Ricardo B. Salinas
Columnas
Maquiavelo

Todos alguna vez hemos escuchado el adjetivo “maquiavélico” para describir alguna acción o persona llena de engaño o astucia en donde la ética se puede ver comprometida.

Este concepto, acuñado con base en el pensamiento del reconocido autor de El Príncipe, Nicolás Maquiavelo, nos ha llevado a creer que para él lo más importante es el poder, se obtenga como se obtenga: el fin justifica los medios.

Sin embargo, vale la pena ver a Maquiavelo más allá de la versión distorsionada que nos dibuja a un hombre despiadado. El libro de Erica Benner, Be Like the Fox: Machiavelli In His World, nos muestra a una persona con una incomparable destreza mental que le permitió tener gran influencia en la Italia medieval. Su objetivo siempre fue muy claro: el avance democrático de Florencia.

Nicolás no tuvo una vida fácil. A pesar de tener una educación de excelencia, le tomó muchos años llegar a un nivel relevante dentro del gobierno ya que en esa época la riqueza y la posición familiar tenían un gran peso en la política. Fueron sus propios méritos los que lo llevaron a ser reconocido, particularmente en política exterior, ya que fue representante de Florencia en diversas misiones al extranjero.

Fue un excelente estratega que supo cambiar la dinámica de un conflicto cuando las reglas del juego no le favorecían y un escritor talentoso que siempre mostró un gran dominio de la lengua toscana —un dialecto italiano.

Su correspondencia diplomática nos da una idea del talento excepcional de Maquiavelo en el riguroso arte de la persuasión. Como asesor político aprendió a dialogar en el tono adecuado con reyes, Papas y otros potentados, para lograr sus diversos objetivos. El conocimiento que obtuvo tras esas experiencias se refleja en sus obras El Príncipe, Discursos y Del arte de la guerra.

Bien común

A diferencia de lo que generalmente se cree, el tono “maquiavélico” en estos textos es una pequeña parte de todo lo que hay detrás de la obra de este autor. Erica Benner plantea que hay dos voces que se pueden escuchar en las obras de Maquiavelo: una fuerte, ruda y ambiciosa que separa la moral y los escrúpulos con el fin de obtener ventajas políticas; y otra voz más tenue que recomienda las medidas más prácticas para resolver problemas y que maximicen la seguridad y el poder del Estado.

Maquiavelo presenta estas dos visiones a sus lectores para que ellos decidan cuál quieren seguir. La mayoría se inclinó por escuchar la fuerte y ambiciosa, pero yo prefiero hablar de la otra: la voz baja y prudente, la que se reconoce poco pero que muestra su verdadero sentir y que dicta los fundamentos de un gobierno justo con base en la libertad.

El primer tema que quiero rescatar es la importancia de mantener el Imperio de la Ley. Maquiavelo nos recuerda que la calidad de un gobierno depende de las leyes que impiden al gobernante dominar arbitrariamente a otros. Aunque una República jamás será perfecta o inmune a la corrupción, se puede aspirar a un mayor bienestar si sus leyes e instituciones se basan en el consentimiento de sus ciudadanos y buscan el bien común. Sin excepciones, todos somos iguales ante la ley.

Hoy esto nos puede parecer obvio, pero la advertencia de Maquiavelo es clara: si se rompe el orden legal y político “por el bien”, después bajo cualquier pretexto se romperá para el mal. Lo que nos remite a un problema que he mencionado anteriormente en este espacio: “Los países desarrollados tienen leyes flexibles de aplicación rigurosa, mientras que los países latinoamericanos tienen leyes rigurosas de aplicación flexible”.

Para Maquiavelo, las leyes sólidas y el gobierno justo van de la mano con la capacidad de los ciudadanos de exigir lo propio, y esto se da con una mayor conciencia cívica y el empoderamiento del ciudadano. Para este autor, el ideal de la educación es formar una mente capaz de cuestionarlo todo y que no se someta a los designios de la autoridad, sino que busque comprender con base en el razonamiento.

Maquiavelo trata este concepto en su obra Discursos, donde escribe: “Es bueno pensarlo todo, defender tus opiniones con la razón sin usar la autoridad de la fuerza para ello”. Esta forma de pensar la reafirma en una carta escrita a su hijo Guido, a quien le dice que si quiere tener honor y ser próspero debe estudiar, hacer el bien y aprender, ya que la gente le ayudará si él se ayuda a sí mismo.

Capital humano

Se trata de un autor que suele cuestionarse todo de forma que muchas de las preguntas que formula siguen vigentes: ¿Por qué hasta la gente más sofisticada se deja llevar por la adulación y las apariencias? ¿Por qué una persona exitosa debe preocuparse por la justicia? ¿Cuál es la manera más efectiva de luchar por la libertad? ¿Cuál es la verdadera grandeza? Porque, definitivamente, no es la riqueza material. La respuesta a estas preguntas cambia nuestra perspectiva.

Esto nos lleva al punto final. Maquiavelo destaca que sólo se puede confiar en el éxito de la gente que ha trabajado esmeradamente para lograrlo: con inteligencia, esfuerzo y un verdadero conocimiento. Él le llama virtud, yo le llamo capital humano y cultura del esfuerzo: entre más personas con estas cualidades tengamos, más rico será nuestro país y generaremos mayor bienestar y progreso.

Este pensamiento muestra su vigencia para América Latina. Desafortunadamente, la nuestra es una región donde es frecuente la violación al Imperio de la Ley, la inversión en capital humano es limitada y se requiere impulsar con mayor énfasis un cambio cultural.

El otro pensamiento maquiavélico se concentra en un tema fundamental: la libertad. Sin ella, los ciudadanos no serían capaces de elegir a sus gobernantes. Tampoco podrían informarse, aprender y esparcir su conocimiento. En un lugar donde la diversidad de ideas no se propaga, impera el silencio y la injusticia.

Maquiavelo pagó caro por estas lecciones: estuvo en prisión y sus textos fueron vetados por más de 300 años porque contravenían el orden autoritario al hablar de una Florencia donde hacía falta lo que siempre defendió: una verdadera República.

Con esta lectura, los invito a reflexionar sobre la importancia de la libertad para generar un cambio cultural donde el respeto a la ley, la educación y el esfuerzo, nos lleven a una verdadera Prosperidad Incluyente.