2018: el futuro no será como solía ser

La partidocracia representó un grave retroceso en los avances políticos desde la reforma de 1996 del entonces IFE

Carlos Ramírez
Columnas
AMLO
Foto: Cuarto Oscuro.

El corto plazo le ha ganado la partida al largo plazo. Con tal de tapar hoyos ahora, los diferentes actores y sectores del sistema político destapan otros de mayor dimensión. Y cada vez esos hoyos serán más grandes hasta que sea prácticamente imposible taparlos.

El deterioro del funcionamiento del sistema político es mayor, a pesar de que siga operando funcionalmente. La violencia criminal ya rebasa a las instituciones y los responsables de las áreas de gobernabilidad en los tres poderes se ven cada día más incapacitados para encararla con resultados positivos.

Los procesos electorales en curso carecen de credibilidad porque las reformas electorales y sus correspondientes contrarreformas no han mejorado la calidad de las votaciones. La designación de tres consejeros electorales como cuotas de la partidocracia representó un grave retroceso en los avances políticos desde la reforma de 1996 del entonces IFE.

Lo paradójico radica en que los actores del sistema están preocupados por el proceso electoral presidencial de 2018, pero en el corto plazo no hacen más que dinamitar sus posibilidades democráticas. Desde ahora se acumulan evidencias de que las cosas no serán previsibles; o como escribió Valery, el futuro ya no será como solía ser: las reglas institucionales incumplidas y enredadas hacen prever un 2018 colapsado.

Lo peor

El desgaste adelantado de partidos y actores de 2018 es mayor al de procesos conocidos. El solo dato de que el ganador podría gobernar con un tercio de las votaciones llevaría a problemas mayores que una crisis de legitimidad. Para poder gobernar con esa base electoral, el próximo presidente de la República tendrá que apelar al autoritarismo.

El factor disruptor está a la vista y nadie parece preocuparse: la participación activa de una parte de la sociedad como elemento contrademocrático, no para oponerse sino para confrontar los vicios del sistema democrático actual con una sociedad activa. No se trata de una mayoría de la sociedad, pero se ha visto ya cómo siendo minoría logra imponer mecanismos de contrapeso al absolutismo, como el 3de3 o el sistema nacional anticorrupción.

El sistema político priista se ha ido reformando en los hechos con parches que impiden su funcionamiento tradicional, pero los actores del sistema —partidos, élites, instituciones— siguen funcionando como antes cuando las cosas son como después. El presidente Enrique Peña Nieto podrá imponer al candidato del PRI; Andrés Manuel López Obrador confrontará esa decisión; el PAN seguirá en su limbo distópico, y el PRD tratará de flotar de muertito, mientras la sociedad llegará a 2018 en una situación de ruptura hasta hoy previsible como posibilidad pero imprevisible en sus resultados.

El país cambió en 1994, medio se salvó con las victorias panistas en 2000 y 2006 y se frustró y deterioró con los saldos negativos presidenciales del Pacto por México, la casa blanca y Ayotzinapa. Y los demás actores del sistema político se quedaron pasmados con la profundidad del colapso de la cohesión social, sin entender las razones de 40% de indecisos en todas las votaciones, pero de cara a votaciones menores de 30% al partido que ocupa el primer sitio de preferencias.

Si no hay una reforma política antes de 2018 —y todos los indicios dicen que no la habrá— el país debe prepararse para lo peor. Y lo peor puede ser que las cosas sigan igual pudiendo mejorar.