El Pacto y el juego de Juan Pirulero

Frente al desafío de la reconstrucción del modelo de desarrollo a partir de la política económica, el debate en la Cámara de Diputados del paquete fiscal mostró dos oposiciones singulares, por no decir que simpáticas.

Palacio de San Lázaro
Foto: NTX
Carlos Ramírez
Columnas
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Frente al desafío de la reconstrucción del modelo de desarrollo a partir de la política económica, el debate en la Cámara de Diputados del paquete fiscal mostró dos oposiciones singulares, por no decir que simpáticas: el PAN salió a atacar la aplicación de IVA a alimentos de perros con todo y la foto del senador Ernesto Cordero besando a un can y el Consejo Coordinador Empresarial anunció que peleará contra el impuesto a refrescos azucarados.

La conclusión más obvia podría resumirse en un refrán popular: los legisladores ven el temblor y no se hincan.

La crisis internacional empujó a la economía mexicana a una desaceleración de la meta del PIB, de la señalada 3.5% a (hasta ahora) 1.2% de acuerdo con el FMI. La meta fijada para 2014, de 3.9%, se puede ver lejana en función de que la política de ingresos-gastos fue recortada en el Congreso.

Si el Pacto fue la posibilidad de acuerdos para la reconstrucción de la viabilidad del desarrollo, ya se convirtió en el juego de Juan Pirulero en el que cada quien atiende su juego.

El debate de la política fiscal exhibió las miras cortas de los legisladores y la mezquindad para condenar al país a situaciones de bajo crecimiento con tal de no ceder en la ideologización de la economía.

El tamaño de la crisis acumulada en 1973-2013 —40 años de desequilibrios, experimentos y políticas ineficaces— se podría resumir en tres puntos: tasas de PIB de 2.5% promedio anual ante la necesidad de 6%; 50% de pobreza crónica y 20 millones de mexicanos que salieron del país por falta de expectativas. Hasta ahora las élites del poder han discutido posicionamientos parciales y no el futuro de la República.

Mezquindades

Lo paradójico del asunto es que los partidos justifican sus comportamientos con argumentos de objetivos democráticos, pero parece mentira que los políticos carezcan de la capacidad de razonamiento para asumir las conclusiones de teóricos de la ciencia política: la interrelación entre la democracia y el nivel de desarrollo.

Así, México en realidad no será una democracia efectiva mientras sigan existiendo 50 millones de pobres y una clase media destrozada por los programas de ajuste macroeconómico y la estabilidad basada en el control de la demanda vía los salarios.

Cada fin de año el Congreso enfrenta la oportunidad de redefinir los caminos del desarrollo y cada año sus resultados son deprimentes porque deciden en función de mezquindades y no de los objetivos de la República. Aquí se ha repetido hasta el cansancio que España pudo potenciar su transición a la democracia con los Pactos de la Moncloa que redefinieron el desarrollo en función de la modernización de su economía; de ahí que la democratización haya sido producto del desarrollo y no de la redistribución del poder político.

Si el paquete fiscal se hunde en el Senado —como han amenazado el senador Cordero y el aspirante perredista Marcelo Ebrard—, las posibilidades de crecimiento económico de México tendrían que bajar de la meta de 3.9% a cuando menos la mitad o quizás hasta menos, con el efecto desastroso en empleo y bienestar. El caso es que si la oposición no está de acuerdo con los objetivos de la propuesta gubernamental, tiene posibilidad de reorganizar la política de ingresos para darle al gobierno posibilidades de superar el bache recesivo.

Pero como se ven las cosas, nadie está pensando en el país o en la sociedad sino que todos, como Juan Pirulero, juegan su propio juego.

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