Más que la calidad de la democracia, lo que debe comenzar a medirse es la calidad de la política. La pérdida del faro de las ideas, la ausencia de filosofía política y el rumbo extraviado de las ideologías han llevado a la política a la confrontación de pasiones e intereses perversos.
El PRI dejó de representar el pensamiento histórico, el conservadurismo panista hace mucho que se olvidó de la ética, el neo-pos-populismo —una mezcla del pasado sin futuro— del PRD se quedó con el vicio priista de la compra de votos y la inexistencia de una izquierda socialista ha dejado un panorama patético para el ejercicio de la política.
Lo vemos ahora a diario en las campañas: mentiras, provocaciones, estridentismos, acusaciones sin fundamentos y el escándalo ilustran los discursos de los candidatos; y por más que se haga el esfuerzo, ninguna idea de fondo, ninguna propuesta, ningún diagnóstico certero para fundamentar programas.
Lo que menos preocupa a la clase política es el nivel de abstención; al final de cuentas, nuestro sistema representativo se basa en quien acredite más votos sin cruzar el número con la población. En la sociedad existe un nivel de medición de la legitimidad política: que los partidos se repartan cuando menos tres cuartas partes del electorado. Pero es un sueño suponer una votación de 75% del padrón.
En la ciencia política moderna existe un modelo de medición de la calidad de la democracia basado en los puntos referenciales de Leonardo Morlino: representación, participación, rendición de cuentas, Estado de Derecho, entre otros. Ahora el desafío científico para las ciencias sociales es encontrar un mecanismo de medición de la calidad de la política: ideas, propuestas, ética, respeto al adversario, confrontación de proyectos, participación consciente de los ciudadanos en la militancia, partidos alrededor de ideas y propuestas programáticas.
Ética política
México podría ser un buen laboratorio de análisis del deterioro de la calidad de la política. El iniciador de la filosofía política con vertida en ciencia, Aristóteles, señala en su Ética magna que la ética encuentra su territorio original y completo en la política. Pero aquí vemos a políticos tramposos con candidaturas que les permiten discursos de condena a la corrupción. Y otros que carecen totalmente de alguna idea pero manejan muy bien las pasiones de las masas y tienen garantizado ya su lugar en el próximo Congreso federal.
El discurso político que le dio escenario a la lucha política fue la Revolución mexicana; cuando la Revolución fue liquidada en el PRI por Carlos Salinas de Gortari en 1993, el país perdió su referente político, ideológico e histórico; es decir, México se quedó sin punto comparativo. Y cuando el Partido Comunista Mexicano le entregó el registro de la corriente socialista a los ex priistas de Cuauhtémoc Cárdenas, el país se quedó sin referente socialista.
El país necesita un sacudimiento político para obligarlo a regresar a la ética y a la política de ideas; pero tampoco hay que ser muy optimista. Después del fracaso ideológico del PRI y de la liquidación ideológica del socialismo, la aparición política del EZLN pudo haber sido ese referente que hacía falta, pero el subcomandante Marcos también fue víctima del mosquito del pragmatismo superficial y prefirió la diversión a costa de la política.
Hay que recordar que las sociedades han terminado en caos y dictaduras justamente por la ausencia de la ética política.