La reunión secreta de Jim Rickards contra las criptodivisas, cuenta él, fue en una ubicación “segura” e incluyó a los organismos más pesados del ejército y el espionaje gringos agrupados en la USSOCOM: los Navy Seals, algunos paramilitares de la CIA, los boinas verdes, Delta Force, la Reserva Federal, etcétera.
“Las técnicas específicas que diseñamos contra estas redes no las puedo describir aquí, puesto que eso equivaldría a dar ventajas al enemigo, pero la reunión fue una excelente oportunidad para dimensionar lo lejos que la comunidad de criptodiviseros ha llegado en tan poco tiempo”, dice.
Las llamadas “criptodivisas” tipo bitcoin, señala, tienen dos características en común que para los criptodiviseros son sus mejores virtudes y para los controladores son precisamente sus dos mayores pecados. La primera es que no son emitidas ni reguladas por un banco central ni agencia gubernamental. Son creadas siguiendo ciertos algoritmos informáticos y se transfieren a través de una red de distribución de procesamiento mediante un código de fuente abierta. (¿Tú entendiste? Yo tampoco).
Se puede destruir cualquier servidor informático que aloje un registro de criptodivisas, añade, pero la existencia de dicha divisa (currency) continuaría residiendo en otros servidores alrededor del mundo y podría ser rápidamente replicado. Es imposible destruir una criptodivisa atacando un solo nodo o grupo de nodos.
Secretas, pero no del todo seguras
La segunda característica común es su carácter de encriptado. Es posible observar transacciones que tienen lugar en “cadenas de bloques”, que son registros maestros de todas las unidades de divisas y transacciones. Pero la identidad de las partes en dichas transacciones queda oculta detrás de lo que se entiende es un código indescifrable. Solamente las partes involucradas en esa transacción en particular tienen las llaves necesarias para decodificar esa información de la cadena de bloques a fin de adquirir y usar la divisa en cuestión.
Esto no garantiza que todas las criptodivisas sean absolutamente seguras. Una buena cantidad de criptodivisas se han perdido por quienes las han confiado a ciertos “bancos” o “mercados” no regulados. Otras se han perdido a causa de mecanismos fraudulentos habituales o porque los hardwares personales de esas llaves encriptadas (digital wallets) han sido físicamente destruidos. Pero en general el sistema funciona razonablemente bien para transacciones tanto legales como ilegales.
Y luego Rickards añade algo que es todo un portento de obviedad: “El dólar americano es también una criptodivisa digital en todo sentido y propósito”. Aunque todos llevamos en nuestra billetera algunos dólares de papel, la inmensa mayoría de nuestras transacciones monetarias (depósitos, pagos, compras, transferencias) las realizamos en el ámbito digital, virtual, electrónico. Todas estas transacciones se encriptan siguiendo las mismas técnicas de codificación que las criptodivisas.
Pero, y aquí el pecado mortal, lo imperdonable: el dólar gringo (y cualquier otra divisa fíat mundial) es emitido y controlado por un banco central, mientras que el bitcoin y similares provienen de fuentes privadas. ¡Fuera del control centralbanquista! ¡Horror de horrores! ¡Herejía! ¡Sacrilegio!