Como todos los inventos de la historia, los instrumentos derivados fueron originalmente útiles y beneficiosos para aceitar, facilitar, acelerar y acolchonar las operaciones financieras, reduciendo así el riesgo que implica toda transacción.
Se diseñaron como “productos financieros cuyo valor se basa en el precio de otro activo. El activo del que depende toma el nombre de activo subyacente, por ejemplo el valor de un futuro sobre el oro se basa en el precio del oro. Los subyacentes utilizados pueden ser muy diferentes: acciones, índices bursátiles, valores de renta fija, tipos de interés, materias primas”.
En este renglón mañosamente incluyen dos metales preciosos que son mucho más que meros commodities: el oro y la plata, que son dinero real; pero esta es otra historia.
Mas la eficacia de la malicia humana para pervertir cualquier inocencia original es maravillosa y no deja intacto ni lo más sagrado (pregúntale a las religiones: todas insisten en la paz y el amor, pero han sido y siguen siendo las fuentes de las peores guerras y crueldades). De su válido papel original como “coberturas”, los derivados se han convertido en fichas para las apuestas más desbocadas en el Casino Global y su monto se calcula ya en anglocuatrillones de dólares (un anglocuatrillón es algo así como 16 veces el PIB anual mundial).
O sea, la nube de los derivados que flota en la mesoeconomía virtual es una megaburrada de “dinero” (fíat) que ya rebasó cualquier pretensión por definirla, cuantificarla, controlarla. Hace mucho que esta nube escapó a toda posible comprensión y medición de quién le debe cuánto y cuándo a quién. De ahí su tremebundo potencial explosivo.
Nube tóxica
En las últimas décadas los derivados se han usado no para la prevención sino para la apuesta, no para la inversión sino para el juego, no para cubrirse sino para especular (acentuar una determinada posición financiera, reforzar ciertos direccionamientos, multiplicar las posibilidades de ganancia en algunas transacciones riesgosas, etcétera).
En virtud de esta alucinante perversión de que han sido objeto, los derivados son hoy, en palabras de Warren Buffet, “armas financieras de destrucción masiva” (FWMD).
“Las armas de destrucción masiva son armas capaces de eliminar a un número muy elevado de personas de manera indiscriminada y causar grandes daños económicos y medioambientales. Se consideran armas de destrucción masiva las nucleares, las biológicas y las químicas”.
Entre otras distorsiones que los derivados han creado o agravado en la economía, vemos por ejemplo la abismal divergencia entre una economía real en espectacular deterioro y un mercado accionario inexplicablemente exultante. En este sentido, los derivados son como esos espejos de feria que reflejan imágenes deformadas de las personas que en ellos se ven (el que estas imágenes se interpreten como jocosas o como trágicas depende del temple del observador).
Insistiendo en el símil de las ferias, la economía global actual es como un laberinto de espejos, en el que los espejos tienen todos esa cualidad deformante, sicodélica.