Finjamos

Finjamos que soy feliz es un romance de Sor Juana. Es también el título de la canción-tema de la opereta Show-Boat: Make Relieve.

¿Es cierta tanta belleza?
Foto: Creative Commons
Columnas
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Finjamos que soy feliz es un romance de Sor Juana. Es también el título de la canción-tema de la opereta Show-Boat: Make Relieve; es además la consigna de esa cosa extraña e inasible conocida como “economía global”, con polos en Wall Street y The City.

Todo luce magnífico, ¿no? El mercado automovilístico: sube. Los precios de las casas: suben. El precio del petróleo: sube. El mercado bursátil: arriba. El oro: arriba. La tasa de empleo: arriba. La confianza del consumidor: al alza.

¡Todo sube, tal como querían los bancos centrales! ¡Yupi! ¡Se conjuró finalmente la amenaza de la deflación-depresión! ¡Otra vez sale el Sol en la economía global! ¡La cura definitiva ha llegado! Happy days are here again!

¿Pero es realmente así? ¿Es cierta tanta belleza? Mmm… No exactamente.

¿Qué tanto es tantito?

Yo tuve una educación pequeñoburguesa, poquitera, cobarde. Me enseñaron a no abusar de las deudas. A no mantener un ritmo de gastos permanente por encima de mis ingresos. Lo que pasa es que mis papás no leyeron a Keynes. No sabían que deber es bueno. Que gastar siempre más de lo que ganas es la receta mágica para lograr la prosperidad. Que el único camino respetable al desarrollo es el que transita por la vía de los préstamos. Según esa educación ridícula, el que no gasta más de lo que gana es un mediocre. Y si todavía gastas menos de lo que ganas, y ese sobrante lo ahorras, eres peor que mediocre: no tienes perdón de Dios.

Pero ya es demasiado tarde: mi mediocre educación me domina. No gasto más de lo que gano. No tengo deudas. Me llegan cartas del banco con suculentos créditos “preaprobados”… ¡y las rompo de inmediato! ¡No me atrevo a tomar esos créditos!

Me dan miedo los intereses, las comisiones, la letra chiquita… No tengo perdón de Dios. ¡Estoy saboteando la reforma financiera!

Por eso me dan envidia quienes sí saben el secreto y lo siguen con una valentía admirable. Estados Unidos, por ejemplo, que debe 350% del PIB. O Japón, Inglaterra e Irlanda, que deben más de 500% del PIB. ¡Esos son valientes! Más valientes todavía que Grecia, Portugal, España, Italia, Chipre... Pero ni modo: mis papás no conocían a Keynes.

Según esas convicciones erróneas, no se puede curar a un adicto administrándole dosis siempre crecientes del enervante. Desconocían la receta del doctor Keynes, que recomienda curar un problema de deudas excesivas administrándole dosis todavía mayores de deuda. Los resultados maravillosos están a la vista: ese dinero prestado es la causa de que todo suba otra vez y se haya evitado la fea deflación-depresión.

¿Cómo dices? ¿Que esas deudas deberán pagarse algún día y que si ya eran impagables antes, ahora lo son cada vez más? ¿Que el colapso no se conjuró sino solamente se pospuso a costa de agravarlo? ¡Por favor! Eso es no entender ni lo más elemental de la mágica economía moderna según el catecismo de sir John Maynard.

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