Egipto: de la expectación a la crisis

La represión siempre ha sido el peor camino a seguir en medio de una situación generalizada de incertidumbre.

Partidarios del presidente depuesto Mohammed Morsi preparan ataúdes simbólicos que representan a las 51 personas que fueron asesinadas en El Cairo, Egipto el pasado 9 de julio
Foto: AP
Javier Oliva Posada
Columnas
Compartir

La represión siempre ha sido el peor camino a seguir en medio de una situación generalizada de incertidumbre: con la exacerbación de los temores y ambiciones, frente a la polarización social y política, quienes detentan el poder deben actuar con cautela.

Esto no significa carecer de determinación para proceder; justo lo que demanda una crisis como la que vive Egipto es evitar el uso indiscriminado de la violencia desde las Fuerzas Armadas. Por mucho que sea el respaldo popular que estas tengan.

Una vez depuesto el ahora ex presidente Mohamed Morsi, el llamado a elecciones y la detentación del poder por otro civil presagiaban decisiones sensatas y prudentes. Sin embargo, las manifestaciones convocadas por los seguidores del ex mandatario, así como de organizaciones de marcada identidad religiosa para rechazar al nuevo gobierno, fueron tan concurridas como la de los opositores a la administración encabezada por el partido Hermanos Musulmanes.

Los enfrentamientos entre unos y otros requirieron la presencia de personal militar para impedir, en primera instancia, choques violentos… pero estos se dieron; y no solo eso: los disparos de los militares sobre la muchedumbre han dejado decenas de muertos (algunas agencias noticiosas hablan de 30; otras, de 50 o más).

Riesgos

Lo cierto es que la fragilidad guardada en la transición democrática egipcia amenaza con romperse y dar paso a un escenario de guerra interna; o al menos, a la propagación de la violencia en las principales ciudades del país. Y con ello la posposición de las elecciones, la prolongación de las medidas extraordinarias para resguardar el orden y, sobre todo, el riesgo de que el desequilibrio geopolítico se extienda en Asia Menor y el noreste de África.

No es difícil imaginar la gravedad de la situación. Por un lado, una abierta guerra civil en Siria; por otro, la endémica debilidad de los Estados de Irak y Afganistán; las permanentes tensiones entre Palestina e Israel; también, las recientes protestas en Turquía, contando con las renovadas presiones en el Kurdistán para obtener su reconocimiento como país; y, por supuesto, la debilidad del proceso político en Libia: la agudización de cualquiera de esos procesos impacta de forma directa a los demás.

Retomando el caso egipcio, la posibilidad de que las Fuerzas Armadas puedan constituirse en un factor de cohesión va aunada a la capacidad para desplegar una convocatoria incluyente para alcanzar acuerdos, que por prematuros que sean son preferibles al escalamiento de una confrontación.

Ahora ya es tarde. Lo deseable es que las Fuerzas Armadas no tengan la propensión a convertirse en el factor estabilizador y político al mismo tiempo, pues los resultados en la historia al ejercer esa doble función no han terminado bien en su mayoría.

En el corto plazo, de seguir la pendiente de la violencia callejera y la confrontación, sin lugar a dudas que veremos aún capítulos muy dramáticos en la reconstrucción de las instituciones y la paz social. La conciliación o la formulación de procesos para la vuelta a la calma solo será posible en la medida de que la recurrencia a violencia vaya siendo desplazada por los planteamientos y debates orientados a tolerar (e incluso, fomentar) la diversidad ideológica y preservar en la ruta de la separación de política y religión.

Ya se ha formado una comisión para investigar los hechos represivos. Es deseable que, además de ofrecer resultados a la brevedad, la decisión sirva para contener futuras tentaciones represoras o subversivas. Todos deben ceder.

×