Egipto: más complejidad

A la despiadada guerra civil que vive Siria, a la inestabilidad en Libia y Túnez, así como a las masivas y sorpresivas protestas en Turquía, debe sumarse la creciente tensión política y social en ese país del norte de África clave para la estabilidad geopolítica de la región: Egipto.

La ya histórica Plaza Tahir de nuevo se ha visto colmada por miles de personas que solicitan la renuncia del presidente
Foto: AP
Javier Oliva Posada
Columnas
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A la despiadada guerra civil que vive Siria, a la inestabilidad en Libia y Túnez, así como a las masivas y sorpresivas protestas en Turquía, debe sumarse la creciente tensión política y social en ese país del norte de África clave para la estabilidad geopolítica de la región: Egipto.

El llamado inédito del pasado 1 de julio, por parte del general Abdel Fattah al Sisi, jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa, al presidente Mohamed Mursi, respecto de que tiene 48 horas para resolver la severa crisis, no deja lugar a dudas sobre el escenario precario e incierto que agobia a esa nación.

La ya histórica Plaza Tahir, lugar de concentraciones multitudinarias que hace dos años produjeron el derrocamiento de Hosni Mubárak, ahora de nuevo se ha visto colmada por miles de personas que solicitan la renuncia del presidente, que si bien fue electo por un estrecho margen hace poco menos de un año, ha realizado tal gestión de gobierno que es motivo de desencanto generalizado.

Salvo los sectores que tienen una clara identidad islámica y política con el presidente, no hay mucho más de que hablar en cuanto a respaldo popular.

Sensibilidad

Egipto ha sido desde hace décadas una pieza clave en el complejo entramado de las relaciones entre los países árabes, Israel, Estados Unidos y Rusia. Su papel estabilizador en cuanto a sus buenas relaciones con Tel Aviv le han ganado cierto apoyo y respaldo de organismos multilaterales como la ONU, para evitar una expansión de los conflictos que hoy azuelan a esa parte del mundo. También ha sido un contrapeso a la diada —por cierto, rivales entre sí— de Irán y Turquía.

Ante dicho escenario, un precipitado debilitamiento político de Egipto traería como consecuencia un reajuste en la zona, cuando aún no se asientan los efectos de las recientes e intensas revueltas y transformaciones políticas.

Al momento de escribir esta colaboración se sabía que seis ministros del gobierno de Mursi habían ya renunciado y el mismo presidente se encontraba reunido analizado las posibles salidas al ultimátum estipulado por las Fuerzas Armadas. La gran convergencia entre las movilizaciones y el Ejército egipcio se da en la búsqueda de un gobierno laico y con claras diferencias respecto del ejercicio de la religión sobre las tareas de gobierno.

Si bien muchos analistas internacionales han manifestado su sorpresa e insatisfacción por la actitud asumida por el general Fattah al Sisi, no es menos cierto que una determinación de ese calado no se hubiera registrado sin una plena y profunda valoración del paso a dado.

La presencia de las Fuerzas Armadas para ofrecer un cierto grado de estabilidad en medio de severos ajustes políticos, sin haber participado en un sentido u otro, es una garantía respecto de que las decisiones populares y de los grupos que disputan el poder puedan estar siempre acotadas por los márgenes de la ley y la tolerancia.

Así, resulta una paradoja que en plena situación de protestas e incertidumbre sean los militares quienes, sin apoyar a ningún actor político en particular, hayan sido vitoreados por la multitud reunida en la Plaza Tahir, luego del anuncio del ultimátum al presidente Morsi.

Es muy probable que la crisis política en Egipto tienda a solucionarse, no sin ciertos escenarios de violencia. Lo cierto es que la respuesta de la población movilizada, así como la sensibilidad del gobierno en funciones, serán las mejores garantías para encontrar una solución apropiada, que genere las bases de un entendimiento duradero.

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