Básicamente se refrendó lo que ya se hace: en sentido estricto no hubo nuevos espacios de colaboración ni medidas alternativas para frenar, por ejemplo, el mortífero trasiego de armas de Estados Unidos a México; tampoco se observaron en los comunicados ni en las sesiones públicas de las reuniones del pasado día 6 elementos que permitan visualizar un mayor compromiso para contener la violencia generada en ambos lados de la frontera por el crimen organizado.
Varios articulistas y analistas precisaron que se trató más de un encuentro rutinario, y hasta necesario, pues fue la primera entrevista formal bilateral entre ambos mandatarios.
En cada uno de los países se vive una situación de notable complejidad política y social. En el nuestro la agitación causada por los hechos en Iguala los días 26 y 27 de septiembre, así como la serie de protestas y movilizaciones desencadenadas, se vieron fortalecidas ante las evidencias de lo que pudiera ser un sonado caso de tráfico de influencias.
Por cuanto a Estados Unidos y sus sistemas político y social, ese mismo día martes 6 del encuentro en la Sala Oval entraba en funciones el nuevo Congreso, dominado ampliamente por el Partido Republicano como no se veía desde 1928.
Los obstáculos para los siguientes dos años de gobierno de Barack Obama serán de enorme desgaste y constantes confrontaciones. A esto deberá sumarse el aislamiento que pasará el presidente de EU a causa del distanciamiento de los aspirantes de su partido a sucederlo, para no cargar en lo posible la pesada herencia de fracasos en distintos frentes, como el sanitario o el educativo.
El impacto mediático, tanto en México como en Estados Unidos, también es un importante parámetro para evaluar la incidencia de los temas tratados en la Casa Blanca entre ambos presidentes: muy escasas referencias en los medios de aquel país y solo rescatadas aquí por algunos diarios en primera plana.
Perspectiva
Esto se explica por la ausencia de medidas o exigencias más consistentes para lograr mayor compromiso y cooperación en las diversas áreas de interés que existen entre ambas naciones.
Por ejemplo, mientras ya en cinco entidades estadunidenses se aprobó el consumo de marihuana con fines recreativos —una de ellas es el mismísimo Distrito Central de Washington, es decir, la capital—, en nuestro país persiste una incrementada ola de violencia y desafío a la autoridad procedente de bandas delictivas que entre otros estupefacientes comercian con ese.
Sin duda que con el paso de los años cada vez más estados de la Unión Americana se sumarán a esa tendencia, por lo que en el mercado interno del consumo en México también se observarán cambios… y no para bien.
En perspectiva, las relaciones entre nuestros países en una materia sustancial como es la colaboración en la lucha contra el crimen organizado no registraron elementos que permitan suponer un mayor compromiso por parte de la autoridades del país vecino, como podría ser retomar el control de la ventas de armas de asalto. Ni una palabra hubo en ese sentido.
Esperar dos años para que la nueva Presidencia de Estados Unidos asuma una agenda propia en la materia es demasiado tiempo para una sociedad tan castigada como la mexicana.