La guerra sin fin

Desde luego me refiero a las permanentes acciones de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en diversas partes de Asia y África en la confrontación antiterrorista.

Necesaria redefinición
Foto: Creative Commons
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Desde luego me refiero a las permanentes acciones de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en diversas partes de Asia y África en la confrontación antiterrorista, incrementadas por los seis atentados de los últimos diez días, en los que han muerto casi 500 personas con un número indeterminado de heridos.

Kenya, Libia, Somalia y Nigeria son algunos de los países que se han sumado al definitivo activismo de los grupos radicales de supuesta inspiración islámica.

En este país he podido encontrar en las librerías, con títulos parecidos al de esta colaboración, publicaciones y ediciones recientes que de forma resignada aceptan que en la lucha contra el terrorismo mucho tiempo y sufrimiento habrá de pasar.

Tanto para la sociedad estadunidense como para las que padecen los efectos negativos de la violencia de dudosa orientación religiosa (ninguna puede promover la muerte como forma de convivencia) se preparan para meses y años donde la tecnología, los sistemas sociales, pero sobre todo la mejora en las condiciones de vida y de justicia serán los más efectivos antídotos para inhibir a esta violencia sin fin; es decir, sin sentido.

Opción

Y sin sentido es porque la destrucción de infraestructura o el asesinato de niños a la salida de las escuelas (como sucedió el pasado viernes 4 en Irak), producto de profundos odios sectarios, muy, muy lejos se encuentran de resolver nada; incluso, por el contrario, agudizan los principales problemas y, sobre todo, perpetúan la pobreza y la violencia.

Así, la producción de investigaciones en Ciencias Sociales y áreas afines, al menos desde Estados Unidos, comienza a plantearse el objetivo o misión de este país en Irak y Afganistán, luego de casi doce años de guerra y violencia, de terrorismo y miedo.

En medio de esa agudización e inestabilidad que amenazan con generalizarse, el Congreso de EU, paralizado por una clara disputa futurista en el lado del Partido Republicano, ha terminado por afectar el gasto en materia de defensa y seguridad nacionales. Es muy probable que ante la escalada terrorista se flexibilicen posiciones y se destrabe la ficticia crisis económica en el país. Esto, sobre todo, en cuanto a los asuntos que ponen en riesgo y los antagonismos que involucionan en efectivos enemigos del liderazgo internacional estadunidense.

De aceptarse una continuidad indefinida en la llamada guerra contra el terrorismo debemos prepararnos, sin exagerar, para un nuevo estilo de vida y de lógica en las relaciones internacionales.

Las medidas de seguridad aplicadas al transporte de personas y mercancías, por ejemplo, se verán incrementadas; también lo que hace a los controles sobre la transmisión de información, voz y datos, como lo comprueba la cobertura de espionaje casi mundial de la Agencia Nacional de Seguridad.

Acostumbrarse a vivir con la opción cercana de la violencia y el terror es un desafío a la libertad y la democracia, valores que identifican a la historia de Estados Unidos. Quizá por eso, también en las librerías pueden verse una representativa cantidad de obras resaltando los pasajes de la expansión consolidación de EU como potencia mundial. Como si pareciera una fórmula para no olvidar el origen y misión de su pueblo.

Hoy el terrorismo puebla el mundo y circula con mayor facilidad: de ser una potencial amenaza se ha convertido en una auténtica fuerza que, sin aparente orden, puede subvertir la estructura y funcionamiento de los sistemas internacionales.

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