LAS RELACIONES CIVILES MILITARES EN ESTADOS UNIDOS

En EU cuando se habla y utiliza el término ‘militarizar’ se hace más desde la consigna que desde el argumento.

Javier Oliva Posada
Columnas
Foto: Especial
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De forma cíclica y de acuerdo a las costumbres del sistema político en Estados Unidos cada vez que se pasa por un conflicto bélico importante, sea la invasión a México en el siglo XIX, la Guerra de Secesión, la Segunda Guerra Mundial o las guerras de Corea, Vietnam, Irak y Afganistán los círculos de poder se ajustan. Es decir: ante las lecciones aprendidas por esos y otros conflictos menores se crean instituciones como el Departamento de Defensa y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 1947 o el Departamento de Seguridad de la Patria en 2003.

En todos los casos hay varios denominadores comunes que deben considerarse dada su influencia y proyección en el mundo.

Como ejemplo ahí está el presupuesto destinado al Departamento de Defensa, que para el siguiente ejercicio fiscal 2019 llegará a los 705 mil millones de dólares, equivalentes a 7% del Producto Interno Bruto, lo que a su vez significa el más alto desde la Segunda Guerra Mundial.

Lo anterior se explica por la renovada carrera armamentística con Rusia y China, lo que a su vez implica un renovado esfuerzo de Estados Unidos para mantener, ante un doble escenario de desafío, sus capacidades de disuasión, cobertura misilística, tecnología y, en general, recursos militares a disposición.

Un comentario aparte: en contraste con lo que se dice y opina en México, en EU cuando se habla y utiliza el término “militarizar” se hace más desde la consigna que desde el argumento. Nuestro país, en ese renglón, sigue siendo el que peor trata a sus Fuerzas Armadas: únicamente les destina 0.5% del PIB, contra otras naciones como Colombia que les otorgan 3.5 por ciento.

Institucionalidad

Retomando la temática en Estados Unidos, con la anunciada salida del prestigiado general John Kelly, de cuatro estrellas y perteneciente al Cuerpo Expedicionario de Marines, el presidente de ese país pierde una notable pieza de equilibrio, visión y análisis en los asuntos más sensibles de seguridad nacional e internacional. La presencia de Kelly, junto con la del general James Mattis, al frente del Departamento de Defensa sin duda que le han proporcionado temple y articulación a las situaciones de verdaderos desafíos que la primera potencia mundial ha enfrentado. Solo por citar la más seria: la guerra no declarada entre Ucrania y Rusia.

Como ya referí, una vez concluidas las guerras (de manera formal aunque no real) de Irak y Afganistán la ampliación de la influencia de las élites militares en Estados Unidos es evidente. Incluso luego de la invasión y guerra con México (1846-1848) uno de aquellos principales generales, Winfield Scott, fue presidente, como también lo fue —y por dos periodos— el prestigiado general Ulysses Grant, principal comandante de los federados en la Guerra de Secesión. Y lo mismo podemos decir del general Dwight Eisenhower luego de concluida la Segunda Guerra Mundial.

Con esta trayectoria propia del sistema político estadunidense se explica, en parte, la influencia que han tenido los encumbrados militares después de una difícil y compleja dinámica de guerra en Asia Central. Sin que lo anterior implique por fuerza una aspiración presidencial lo cierto es que la forma en que han seguido las instrucciones del poder civil reafirma su institucionalidad y lealtad a las causas e intereses de su nación.

Pero sin duda que el conjunto del aparato presidencial de EU pierde con la anunciada salida del general Kelly para los primeros días del siguiente año.