En nuestro país tenemos arraigada la costumbre de dejar pasar eventos, hechos, decisiones, que tienen repercusiones más temprano que tarde en nuestra dinámica. Tal es el caso de lo que sucede en los ámbitos de la defensa, seguridad y política internacional en general. Me refiero en esta ocasión a la salida de Afganistán por parte de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y, luego, de las unidades de varios países integrantes de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN).
Fueron exactamente 20 años de presencia militar, primero de Estados Unidos y después de sus aliados. Como sabemos el motivo fue remover del poder a un gobierno que había dado facilidades para que el líder de Al-Qaeda, Osama Bin Laden, se refugiara luego de los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001, los que cambiaron la historia del mundo.
Se logró el objetivo, pero la inestabilidad crónica de la zona permaneció. Afganistán es un país que ha observado y padecido sistemáticas invasiones y, por cierto, ninguna alcanzó a promover y mantener la anhelada estabilidad.
Allí está el sonado fracaso de la invasión soviética a finales de 1979 e inicios de 1980. Tuvieron que abandonar Afganistán ante la imposibilidad de controlar el territorio. Los soldados soviéticos únicamente estaban seguros, de manera relativa, en el lugar en el que se encontraban. Ahora no fue muy distinto. Hemos visto en días recientes atentados terroristas, uno por cierto que costó 50 muertos, perpetrado en una escuela para niñas. La mayor parte de las víctimas eran alumnas de dicho plantel.
Por lo que hace a la política internacional y de defensa la decisión del presidente norteamericano, Joseph Biden, continúa lo que ya había ordenado el expresidente Donald Trump. Las implicaciones para la región y para la política de seguridad de Estados Unidos son las bases de la explicación: la de Afganistán ha sido la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. No es solo una cuestión de marcas: es una cuestión que también —y mucho— afecta la percepción social del país respecto de la utilidad de dicha invasión.
Estrategia
Por otra parte, la zona se encuentra en una problemática que no tiene visos de solución. La guerra en Siria, el recrudecimiento de las hostilidades entre Israel y Palestina, además de la inestabilidad política y social en Irak complican las cosas.
Sin embargo, el paso dado ahora implica un posible acercamiento o muestra de disposición a renegociar el acuerdo nuclear con Irán. Es indudable el ejercicio de este país como una potencia regional. Con una tradicional y longeva rivalidad con Arabia Saudita, mantiene una compleja red de intereses en la que cuenta con el apoyo de Rusia.
La salida de Afganistán, por otro lado, significa un replanteamiento de fondo en la estrategia militar de Estados Unidos para concentrar su atención en el Océano Pacífico y, desde luego, en la frontera entre Ucrania y Rusia. Al respecto, ya en su primer discurso de política exterior el presidente Biden aludió de forma explícita a China, Rusia, Corea del Norte e Irán como adversarios en determinados contextos. De allí que el ajuste en la distribución de sus fuerzas represente un decidido paso en ese sentido.
Esto es algo que en México debemos tomar en consideración, dada la prioridad geopolítica que representa nuestro país en la arquitectura global y de fuerza de Estados Unidos. Es probable que en los siguientes meses observemos cómo en Washington se da a conocer un renovado planteamiento en materia de seguridad nacional.