LA CASA BLANCA EN PERSPECTIVA

México deberá adelantar sus preocupaciones y prioridades en la agenda bilateral.

Javier Oliva Posada
Columnas
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Las relaciones entre México y Estados Unidos —espero no exagerar— son representativas de la complejidad que acompaña la dinámica mundial: desde la designación de sus funcionarios para el presidente de EU, Joseph Biden, implica la lectura de una agenda y prioridades, mientras que nuestro país es un jugador esencial en las expectativas a partir del 20 de enero.

Allí está como ejemplo la designación del nuevo embajador de México en Washington, Esteban Moctezuma Barragán.

Las condiciones de los dinámicos vínculos deben analizarse con comedimiento y perspectiva desde Palacio Nacional. Sobre todo porque se trata de una anunciada vuelta al multilateralismo, a los foros colectivos donde la política interior no es suficiente: la proyección de los intereses nacionales de México implica una plena certeza de lo que tenemos que hacer en el entorno de la geopolítica y la seguridad continental.

A la Casa Blanca llega un equipo experimentado. Desde el propio exvicepresidente por ocho años y cuatro veces senador, hasta sus funcionarios en las áreas de seguridad y defensa nacionales. Desde la burocracia mexicana no es dable la improvisación o respuesta a modo. En esos términos es muy probable que exista un mejor entendimiento y coordinación a partir de lo que he denominado como Diplomacia Militar. Bajo esa expectativa un acercamiento que mitigue los recientes desencuentros aparece como un próximo escenario.

Por otra parte las relaciones civiles-militares en Estados Unidos observarán un ajuste sustancial a partir de un entendimiento con el mismo presidente Biden. Esto a su vez, esperemos, derivará en la posibilidad de un aproximamiento para compartir una agenda de seguridad continental donde nuestro vecino del norte asuma a cabalidad su parte como consumidor de drogas, productor de armas y sede de las principales empresas lavadoras de dinero. Eso sí implicaría un cambio.

Prioridades

Desde México deben generarse también cambios efectivos, visibles. Por un lado la colaboración con Latinoamérica deberá ser reevaluada; fortalecida con base en las agendas comunes y antagonismos compartidos. Por otro, con Estados Unidos tenemos además de la geopolítica una problemática indisoluble. Siempre será mejor la opción analizada, reflexiva y, sobre todo, discutida entre las partes. Es además de un buen deseo la propensión de un nuevo equipo en Washington.

Así como el nombramiento de un embajador, México deberá adelantar sus preocupaciones y prioridades en la agenda, que van más allá de defensa, seguridad e inteligencia. Sin lugar a dudas estamos al inicio de una nueva era en las relaciones México-Estados Unidos. Pero si esto se confirma con los comicios extraordinarios en Georgia y ganan los demócratas será la primera vez desde el mandato de George Bush padre que el partido del presidente controla las dos cámaras, con las enormes ventajas políticas, jurídicas y presupuestales que eso significa.

El empleo de cada una de las variables diplomáticas desde México, sin un afán protagonista, puede guiar las relaciones con el conjunto de los países hermanos latinoamericanos. Espero que la agenda ya esté lista. Incluso antes del 20 de enero, cuando el presidente electo Joseph Biden jure sobre la Biblia ser el nuevo mandatario de Estados Unidos. En la prevención radica la capacidad de gestionar el futuro.