LA EDUCACIÓN PÚBLICA, BASE DE LA IDENTIDAD NACIONAL

“Una educación que promueve la construcción de ciudadanía y prácticas cívicas”.

Javier Oliva Posada
Columnas
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Impactan los datos proporcionados por el INEGI la semana pasada: poco más de nueve millones de estudiantes de todos los niveles se han separado de sus proyectos educativos como consecuencia de los efectos de la epidemia. No solo es una mala noticia sino una verdadera alarma respecto de la secuelas que durante años vamos a tener en México y en el mundo.

Las sociedades desarrolladas cuentan con sistemas educativos públicos que ofrecen opciones de superación, sí, pero que al mismo tiempo cumplen la función de generar los lazos de identidad y de comunidad que le permiten a los países establecer metas de desarrollo y solidaridad; sea en Europa o en América las democracias tienen como denominador común el énfasis e interés en la educación que promueve la construcción de ciudadanía y de prácticas cívicas.

De ahí que el enorme reto, diría incluso peligro, de que debido a la epidemia millones de niñas, niños y jóvenes se queden al margen del recurso por antonomasia de superación personal, como es la educación, debe llamarnos a la creación de un auténtico plan de recuperación inmediata.

Esta delicada situación me recordó el libro La gran influenza. Historia de la más mortífera epidemia en la historia, del prestigioso autor John M. Barry (Penguin Books). Se refiere a la epidemia de 1918 que acabó con la vida de entre 70 y 100 millones de personas al menos, cuatro veces más de los muertos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Este libro-investigación que me recomendó el hasta hace poco embajador de México en Hungría, David Nájera, describe con detalle qué tan importante es controlar la epidemia, cómo dirigir y procesar sus efectos inmediatos. Es decir, que para nuestra época y situación las autoridades y los especialistas deben ya estar planeando cómo se hará frente a las numerosas secuelas en los diversos campos de la actividad social.

Medidas

Por solo citar un ejemplo: podemos dar constancia de que en el preámbulo de los procesos electorales del 6 de junio vemos videos y fotografías en los medios digitales y convencionales de irresponsables mítines, marchas y concentraciones en apoyo a tal o cual candidato. Ojalá y esté equivocado pero creo que de ahí saldrán decenas de contagios y, es muy probable, de muertes. Incluso el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ante la irresponsabilidad social vaticina una “tercera ola” de la epidemia.

Siendo así, la verdadera catástrofe en cuanto al sistema educativo (incluyendo el privado) que enfrentamos, con los datos a la mano, reclama la preparación de condiciones y medidas específicas para que esa onda de efectos negativos sea lo más corta posible; las autoridades deben de forma imperiosa asumir el liderazgo en la creación de programas y políticas específicos.

A sabiendas de que hay varios meses por delante de confinamiento es un tiempo muy valioso para diseñar opciones que restablezcan al menos las precarias condiciones en la víspera de la expansión de la epidemia.

No hacerlo o hacerlo a destiempo abonará la pendiente de desarticulación de los sistemas sociales locales, abrirá la puerta a opciones donde estará en juego el estilo de vida de familias enteras y, sobre todo, profundizará la desintegración de la identidad nacional. Porque si bien los programas sociales tienen un sentido y dirección específicos, su aplicación no es permanente: la educación sí. Este es sin lugar a dudas el auténtico reto del sexenio.