LA EPIDEMIA EN LA AGENDA DE SEGURIDAD INTERIOR

Las profundas crisis económicas generan reacciones sociales en ocasiones violentas.

Javier Oliva Posada
Columnas
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Es muy importante en los trabajos y análisis de seguridad e inteligencia caracterizar, especificar y definir la naturaleza de los antagonismos que pueden afectar de forma moderada y/o intensa la estabilidad del Estado. En función de esto entonces se sabe cuáles y qué recursos se pueden emplear para neutralizar las capacidades disruptivas y desestabilizadoras de dicho antagonismo.

Por ejemplo la corrosiva y depredadora actividad de la delincuencia organizada y común forma parte central, desde luego, de la agenda de seguridad pública. Sin embargo cuando sus capacidades destructivas logran alterar de forma reiterada y prolongada en términos cronológicos la dinámica social, sí que pueden considerarse un antagonismo a la seguridad interior y es entonces cuando el Estado debe aplicar desde las leyes y los recursos disuasivos una fuerza proporcional e incremental para regresar la situación a las condiciones de normalidad.

Los meses que llevamos viviendo los efectos nacionales e internacionales de la epidemia se han mantenido hasta el momento en los márgenes de una muy grave crisis sanitaria y de salud pública, pero los efectos económicos de la misma epidemia, sobre todo por el cierre de negocios y el desempleo, pueden de manera eventual involucionar en expresiones de inconformidad social, acciones delictivas colectivas (saqueos, actos de rapiña y pillaje) para tensar aún más la vulnerada seguridad pública.

Efectos

En un sentido meramente esquemático la seguridad interior tutela la estabilidad social y política en condiciones de democracia y garantías individuales. Es decir, que la afectación a la propia seguridad interior implica que por diversas razones frente a un antagonismo —sea de procedencia externa, interna o ambas— deben aplicarse los recursos más efectivos para contener, procesar y neutralizar las variables desestabilizadoras que, por su parte, rebasaron a las instituciones correspondientes y desde luego a la sociedad afectada en su conjunto.

Hasta el momento la epidemia no es un asunto de seguridad interior: sigue siendo una afectación a las condiciones de salud pública y de manera directa sobre el sistema y el aparato productivo. Las consecuencias de la aplicación de una serie de medidas restrictivas enfocadas a impedir la propalación masiva y descontrolada del virus, como se apuntó arriba, tendrán consecuencias como el desempleo y la muy notable reducción en la actividad económica en general.

Es sabido a lo largo de la historia que las profundas crisis económicas generan reacciones sociales en ocasiones violentas y en otras, al menos, intensas protestas. Pero también hambrunas como lo destaca en su clásica obra La multitud en la historia, George Rudé, refiriéndose a los casos de la Revolución Francesa y la Revolución de Invierno en la Rusia zarista: ambas fueron precedidas por muy crudos inviernos echando a perder las cosechas, provocando la migración masiva del campo a las ciudades y que los campesinos sin empleo comenzaran una serie de acciones subversivas contra el orden establecido. Para lo que vivimos en México en estos meses procesar para neutralizar las variables desestabilizadoras, es mejor garantía de que una crisis sanitaria no involucione a una de seguridad interior. Hay tiempo suficiente para lograrlo.

Si bien ya hemos entrado a la fase de máximo contagio la forma en que se ha atendido la epidemia no ha rebasado la capacidad hospitalaria y de atención instaladas. Las respuestas institucionales en general han estado funcionando con agilidad. Por eso deben planearse “desde ayer” los efectos pospandemia sobre el conjunto de la sociedad. Veremos.