LA PERSPECTIVA MÉXICO-EU

Javier Oliva Posada
Columnas
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Me sumaré a la cauda de especulaciones y expectativas a propósito de la llegada del futuro presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, a la Casa Blanca. Pero me enfoco en la indispensable colaboración y coordinación en materias de defensa, seguridad e inteligencia para el buen resguardo de nuestras geografías.

Por una parte con los constantes ajustes desde el inicio de su administración Donald Trump propició una peligrosa contracción del natural protagonismo de su país en los foros multilaterales, incluyendo a la esencial Organización del Tratado Atlántico del Norte (OTAN), dejando el campo libre en varios ámbitos a China y Rusia.

Nuestro país, debido a las consideraciones geopolíticas que le caracterizan, también asumió desde las esferas civiles un papel discreto a propósito de la agresiva actitud de la Casa Blanca en muchos de los temas más sensibles en la relación bilateral: migración, comercio y educación, entre otros.

Ahora frente al anunciado regreso de Estados Unidos al multilateralismo, las consideraciones a propósito de escenarios conflictivos y, por supuesto, en cuanto a la atención al continente americano, resulta sustancial un replanteamiento de la política exterior de México, al menos en lo que corresponde a la colaboración y cooperación entre agencias civiles.

Los retos se tornan complejos y la dinámica latinoamericana también. Sobre todo por lo que hace a la consonancia ideológica, donde más allá de la tradicional geometría de “izquierda y derecha” nos encontramos en condiciones en que el pragmatismo y la seducción de lo inmediato (encuestas) parecen condicionar y orientar las agendas. En esos términos la defensa, seguridad e inteligencia no corresponden a esas visiones de corto plazo ya que de por medio están la viabilidad y consistencia de las instituciones y el adecuado funcionamiento de las sociedades.

Tiempos

La colaboración y cooperación con las agencias civiles de Estados Unidos, tanto para Washington como para México resultan sustanciales para contener muertes, violencia, acciones criminales y, sobre todo, el incremento de un ambiente nocivo de incertidumbre y miedo. En consecuencia la mejor perspectiva, el mejor escenario es una colaboración que respete las condiciones de cada gobierno, pero que sin duda haya un compromiso explícito y público para hacer de los indisolubles vínculos entre ambos países una ventaja y no una condición.

A partir del próximo 20 de enero, cuando se inaugure el mandato de Joe Biden, el presidente Andrés Manuel López Obrador tendrá (y tiene) una gran ventaja para precisar los aspectos que deberán incluirse en la agenda bilateral. Si con la gestión de Trump hubo una postura discreta es porque se atendía al pragmatismo de las relaciones internacionales desde Palacio Nacional. Ahora las condiciones son diferentes y con ellas se deberá jugar.

Las vías de comunicación, es cierto, entre México y Estados Unidos no atienden esencialmente a las coyunturas políticas pero sí influyen en el futuro. A partir de la incuestionable geografía, como se señaló líneas arriba, es como debiera sustentarse la renovada relación bilateral. Hay tiempo. Es del todo apropiado que el gobierno mexicano se prepare para un periodo de relaciones con la Casa Blanca, con el que por cierto terminará su gestión.

Así como con la llegada de la epidemia hay meses de ventaja, los que no se deben desperdiciar.