Durante el sexenio anterior, mientras se discutía la pertinencia o no del mando único como improbable respuesta a asuntos de corrupción, falta de capacitación y, desde luego, para contener la pendiente de la inseguridad pública, en otras partes del mundo, en particular en las democracias consolidadas, se iba en el sentido contrario: vincular de manera local a la población con las corporaciones policiacas.
Varios argumentábamos en aquel debate que la centralización en las decisiones para desplegar a las fuerzas del orden público traería, como fue, atrofias políticas locales y conflictos entre los presidentes municipales y los gobernadores.
A decir verdad fueron muy pocos los estados de la República donde prosperó el mando único. Además de lo señalado, la dispersión poblacional y condiciones geográficas del país provocaron que las opciones de su instrumentación fueran viables solo en las entidades cuya superficie era pequeña.
Sin embargo la autoridad civil (Secretaría de Gobernación) insistió y persistió con los resultados que ahora padecemos. Al igual que en aquellos años ahora también la carga principal en la búsqueda de mejoras para las condiciones en seguridad pública recae en las Fuerzas Armadas. Pero con dos grandes diferencias.
Identidad
La primera tiene que ver con la formación misma del personal militar profesional. Es decir, con aquella mexicana o aquel mexicano que al optar por la carrera de las armas hace de ella un estilo de vida. De tal manera que la vocación de servicio no se da solo cuando hay que apoyar, por ejemplo, en la aplicación del Plan DN-III-E o el Plan Marina, sino también incluso cuando algún vecino pide ayuda o si en un transporte público se presenta un desafortunado evento delictivo: el personal militar actúa en defensa de los civiles que le rodean. Afortunadamente en la mayor parte de los casos con éxito.
La segunda se refiere a que debido a esa cercanía con la población se desarrolla un claro sentido de identidad y de confianza. Esto lo demuestra cualquier encuesta o sondeo de opinión de empresas como Parametría o el Centro de Opinión Pública de la Cámara de Diputados, donde las Fuerzas Armadas de manera consistente aparecen en los primeros tres lugares de reconocimiento y aceptación por parte de la población abierta: esto es debido, en efecto, a esa cercanía y vocación de servicio.
Ahora la Guardia Nacional, desplegada prácticamente en todo el territorio nacional atendiendo más de 50 tareas que por ley le corresponden, desempeña un labor sustancial en lo que se refiere a la atención de la población. La proximidad como una guía y base para la acción le coloca —a partir de su creación en junio de 2019— como una institución moderna, de fortalecimiento a la democracia y, sobre todo, para hacer valer el Estado de Derecho en todo el territorio.
La proximidad, como concepto, evoluciona para convertirse en filosofía y visión respecto de la seguridad pública. La cercanía, como sucede en las relaciones sociedad-Fuerzas Armadas, es la base y contexto fundamental para que la identidad se incremente, pero sobre todo se den las condiciones para contener y en su caso someter expresiones antisociales de la delincuencia común y organizada.
De ahí que sea determinante para la democracia contar con instituciones en defensa y seguridad reconocidas, aceptadas y valoradas por la población. Por eso uno de los principales denominadores comunes en la formación de los integrantes de las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional es la proximidad.