LAS CIFRAS DE LA EPIDEMIA

En diciembre próximo rondaremos las 130 mil defunciones.

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Columnas
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Lejos, muy lejos han quedado los vaticinios respecto de las cifras de infectados, recuperados, asintomáticos y, sobre todo, de fallecidos a consecuencia del letal virus Covid-19.

En México y en la mayor parte de los países azotados por la enfermedad se advierte, por ejemplo, sobre desconfinamientos prematuros que llevan a plantear con toda seriedad la posibilidad de volver a aplicar medidas que impidan la circulación y concentración de las personas.

Al momento de redactar esta colaboración Italia daba a conocer que en un solo día registró poco más de mil nuevos casos de contagios. Alemania también reconocía un notable repunte de casos comprobados de infección.

En México sucede que hemos sobrepasado los 63 mil fallecimientos y los pronósticos internos y externos —especializados y serios— remiten a que en diciembre próximo rondaremos las 130 mil defunciones. Ni éxito, ni control, ni disminuciones en las cifras, porcentajes, ni menos aún pronósticos de “aplanamiento”. En casos como los mencionados los gobiernos deciden comenzar a aplicar medidas más severas para evitar una auténtica pérdida del control contra la epidemia.

Si bien es cierto que en cada caso nacional las autoridades sanitarias establecieron sistemas de conteo específicos lo único que no puede evitarse es la cifra de los fallecidos.

Para nuestro caso la explicación de la reducción en el número de contagiados es que ha bajado también el número de pruebas aplicadas, de tal forma que en esa misma proporción bajan los pacientes infectados. Tratar de ajustar las cifras a ciertos compromisos declarativos, pues ni siquiera son políticos, equivale a intentar acabar con el Covid-19 a partir de boletines de prensa o apariciones en los medios, sin que desde luego esto tenga un real y efectivo impacto en la propagación de la epidemia.

Condición

Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo respecto de los escenarios, los cambios en la sociedad y la economía, las consecuencias sobre los sistemas educativos, los impactos en los roles familiares —sobre todo de las mujeres, de cualquier edad—, pero todo esto, de por sí complejo, amenaza con serlo aún más si se persiste en una ruta en la que el objetivo son los datos, cifras y porcentajes y no la sociedad en su conjunto.

En la entrega anterior me referí a los condicionamientos de la epidemia sobre los procesos políticos en curso, como las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No hay duda de que el virus juega un papel importante en contra de las aspiraciones reeleccionistas de Donald Trump; pero es la manera en que se ha procesado y abordado la atención médica a millones de personas en ese país lo que coloca en una situación crítica a la campaña del actual inquilino de la Casa Blanca.

Es decir, que no hay aparato propagandístico o campaña mediática que alcance para cubrir las evidencias negativas de un manejo errático e impreciso para controlar la epidemia.

Aun en el límite del tiempo en México hay condiciones para atender la expansión de la enfermedad. La única y fundamental condición, por supuesto, es reconocer la gravedad de la situación y actuar de forma incremental frente al desafío que significan los escenarios de desempleo, desinversión y enclaustramiento, entre muchos otros. Tan solo valoremos y analicemos al detalle los efectos del confinamiento para millones de niñas y niños de educación primaria. Allí está uno de los principales problemas para el funcionamiento del sistema social en unos años.

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