MÉXICO ANTE LA PROLONGACIÓN DE LA INVASIÓN

“Nuevas condiciones de la geopolítica mundial”.

Javier Oliva Posada
Columnas
OLIVA-AP22115825856931.jpg

Vamos rumbo a que se cumplan tres meses desde que inició la invasión de Rusia a Ucrania, a partir del 24 de febrero. Y como apunté en alguna entrega anterior sabemos las causas, el momento y los efectos iniciales de un conflicto bélico, pero nadie, absolutamente nadie sabe o intuye cómo y cuándo terminará.

Mucho menos hay forma de calcular los cientos de muertos entre la población civil, el costo de la evidente destrucción de ciudades completas, así como los lógicos ajustes geopolíticos.

Hasta ahí, en el sentido del análisis de los temas militares, de defensa y de relaciones internacionales, entre otros, no hay mucho más que agregar a la invasión rusa en curso.

Sin embargo, como lo han reconocido los líderes de los países involucrados así como personalidades como el Papa Francisco, la ampliación cronológica del conflicto llevará a su extensión geográfica.

México, como acaba de refrendarlo el presidente Andrés Manuel López Obrador, no modificará su postura de neutralidad, por lo que no se sumará a las medidas y sanciones de carácter económico ni comercial.

No obstante, por lo que hace a los naturales intereses nacionales de nuestro país, la dramática prolongación de la invasión y guerra irá reduciendo los espacios de esa neutralidad. En consecuencia, deberán buscarse nuevos argumentos que refuercen por una parte, el dilatado liderazgo diplomático de México en la órbita de la macro región Latinoamericana; y, por otra, encontrar en la siempre compleja relación bilateral con Estados Unidos las vías de entendimiento para evitar que el desarrollo de los enfrentamientos en Ucrania repercutan en la agenda bilateral, de por sí en una situación de creciente tensión debido —entre otros factores— a la proximidad del proceso electoral en EU.

Desencuentros

Así las cosas, mientras persiste una sistemática destrucción de las infraestructuras en Ucrania, de edificios multifamiliares y otras construcciones, los países integrantes de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), así como países europeos como Suecia, Noruega y Finlandia que han expresado y con razón sus reservas ante la beligerancia rusa, comienzan a plantearse acciones más directas, además del sustancial apoyo logístico, de inteligencia y de pertrechos militares.

Ese riesgo tuvo en la semana que recién concluye una apocalíptica respuesta por parte de la televisión abierta de Rusia: en un noticiario se ilustró cómo las principales ciudades europeas, en particular Londres, París y Berlín, serían convertidas en un “páramo atómico”, según el comentarista.

Pero no solo eso: se ilustró con animaciones la trayectoria de los misiles, el tiempo para alcanzar el objetivo, así como las dimensiones de la ola expansiva y los efectos de las explosiones nucleares.

Es evidente que la diplomacia ha fallado por los desencuentros entre los tomadores de decisiones. Ante este contexto la neutralidad no significa pasividad. La presencia de México en el Consejo de Seguridad de la ONU debiera —e incluso debe— ser utilizada como una sólida plataforma orientada a promover medidas de alta diplomacia, incorporando las nuevas condiciones de la geopolítica mundial, así como la ponderación de los intereses en juego.

Tanto los directos como los indirectamente involucrados demandan propuestas innovadoras e incluso, en un momento dado, audaces.

Así ha sido la historia de la política exterior de México. Sea con el reconocimiento como fuerzas beligerantes de las guerrillas centroamericanas, la creación del Grupo Contadora y el histórico momento de la firma de los Tratados de Tlatelolco.

Trayectoria hay.