Durante los pasados años, sobre todo desde 2001, la fórmula para caracterizar aquellos elementos, variables y actores que desde distintos escenarios podían vulnerar la capacidad del Estado para hacer valer su fuerza y soberanía era la de amenazas y riegos.
Las primeras se referían a la naturaleza específica del ambiente geopolítico y a las rivalidades surgidas entre Estados colindantes en la disputa por el control de recursos incluidos en las posesiones terrestres, marítimas y, por consecuencia, también aéreas.
Los riegos, a su vez, aludían a lo que podía entenderse como los referentes latentes y que sólo cobraban un sentido de peligro a partir de su involución, falta de atención o presiones procedentes de otros ámbitos de poder.
En ambos casos las amenazas y los riesgos eran distinguidos en el análisis como internos y externos.
Así, el criterio analítico para la toma de decisiones en materia de defensa y seguridad nacionales seguía ubicado en la posibilidad de reconocer las condiciones de cierta soberanía del Estado para poder contener, controlar y, en su caso, someter, las dinámicas que podían suponer un cuestionamiento creciente a la viabilidad del mismo.
Sin embrago, es evidente que la dinámica del siglo XXI, junto con aspectos del todo innovadores en las relaciones políticas, económicas, sociales y culturales, como son la simultaneidad, la complejidad, la asimetría y la interinfluencia, da paso a expresiones como el empoderamiento del individuo en cuanto a su capacidad de protesta y rebelión; la universalidad del internet; la migración energética; los efectos del cambio climático sobre la producción de alimentos; los recursos marítimos como futuro indiscutible de la humanidad; la acelerada carrera aeroespacial y el desarrollo de la aeronáutica (misiles, drones, satélites); y, por fin, la ciberguerra.
Cibernética
Por antagonismos nos referimos a aquellas variables, actores, permanencias y circunstancias, internas y/o externas, que pueden afectar, desestabilizar e incluso destruir a la unidad que representa el Estado.
De las pugnas tribales en Libia (posoperación de la OTAN) a las sequías e incendios en Rusia (2010) y Estados Unidos (2011) y sus efectos sobre el comercio y abasto de granos, las potencialidad para crear ambientes de turbulencias de factores transinfluyentes han dejado de lado la antigua distinción entre amenazas y riesgos.
La facilidad con que se franquean fronteras (en términos físicos y metafóricos) implica que sea una sola la consideración analítica. De allí que la denominación de antagonismos permite precisar que si bien el origen de la perturbación puede ser interno o externo, ya no hay “causas” locales que no puedan ser conocidas o tratadas “por separado”.
El 11 de marzo, James Claper, jefe de la National Security Agency, la oficina de mayor influencia en la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, en su exposición ante el Comité de Inteligencia del Senado señaló que por primera vez desde septiembre de 2001 el terrorismo era desplazado al segundo lugar de la agenda de seguridad nacional de su país y su puesto era ocupado por los ciberataques.
Meses antes, en enero de este mismo año, el presidente Barack Obama designó al general de Ejército Keith Alexander como jefe del Comando Cibernético.
Es cierto que riesgos, amenazas y, ahora, antagonismos forman parte de las inercias históricas naturales en la disputa por defender u ofender los intereses y poder nacionales del Estado. En sí mismos, los antagonismos significan una versión actualizada de la colisión de intereses que es del todo natural. Lo que ha cambiado mucho, y de fondo, no son los argumentos, sino los medios para defender.