Terrorismo contra el Estado nacional

La complejidad de la violencia no solo obedece a la tradicional respuesta de que es inherente al ser humano.

Obama
Foto: AP
Javier Oliva Posada
Columnas
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Este es título de un libro publicado por el Resumen Ejecutivo de EIR en 2001 y que compila varios artículos y notas del polémico Lyndon LaRouche: al calor de los atentados del 11 de septiembre de aquel año, la tesis central se refiere a cómo un antagonismo como el terror usado como instrumento político vulnera la naturaleza y sentido del Estado, sobre todo por lo que se refiere a las capacidades soberanas para poder hacerle frente a dicho flagelo.

En este dramático fin de año esa hipótesis vuelve a cobrar fuerza a partir del llamado de las principales potencias militares mundiales y geopolíticas para buscar articular una respuesta conjunta contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI).

Pese a las características específicas de cada nación, como son: las etnias que le integran, las religiones practicadas, la disponibilidad de determinados recursos naturales, así como la propia ubicación en el mapa, tienden los intereses preponderantes a homogeneizar las respuestas.

Si bien es cierto e indiscutible que ante el terrorismo internacional no caben excusas o dilaciones para hacerle frente, también es inobjetable que debemos analizar sus causas. Es decir, es una acción simultánea que reclama respuestas inmediatas de fuerza y, a la vez, consideraciones que van de la antropología a la historia, de la sicología a la etnología, puesto que solamente con estos recursos podremos comprender el tamaño de los negativos efectos que han tenido las intervenciones históricas de las potencias —así llamadas— occidentales sobre distintas partes del mundo; incluyendo, claro, a Latinoamérica.

Viabilidad

Volviendo al título del libro aquí citado varios de los colaboradores allí compilados analizan las causas que tienen diversas sociedades para prohijar el surgimiento de terrorismo y, aunque no nos parezca, las causas que abraza hasta la muerte.

La complejidad de la violencia no solo obedece a la tradicional respuesta de que es inherente al ser humano: la discusión comienza en la justificación de la misma. Por difícil que resulte debemos mantener la disposición de que para contener al terrorismo debemos estudiar sus orígenes.

Enfocarnos en una primera y continua respuesta violenta ante sus ataques no permitirá contar o construir una verdadera política de largo plazo con base en la inclusión. Y me refiero a las implicaciones que tienen los programas públicos y proyectos sociales para que cada individuo pueda realizarse. No en balde en Europa, en los principales centros de estudios, escuelas y universidades, la atención para fortalecer a la democracia contra cualquier tipo de violencia es el por qué de la desigualdad y la injusticia.

Una vez declarada la guerra al terrorismo se debe comenzar a construir el camino de la paz y la reconstrucción de los sistemas sociales. No hay otra alternativa. Tal y como sucede en México y en aquellas zonas donde el crimen organizado ha dejado una honda y traumática huella. Al menos en los últimos 15 años una aportación de dolor y temor ha dejado constancia en la historia contemporánea. La prolongación del conflicto criminal poco a poco atrae la atención del entorno geopolítico y de los organismos multilaterales.

La fuerza del Estado de ninguna manera puede ser cuestionada desde el interior; sea cualquier antagonismo, la comunidad internacional debe respetar la forma en que el Estado-Nación le puede hacer frente. De allí el riesgo para los países que conforme no pueden hacer lo propio para recuperar la hegemonía buscan apoyos externos que terminarán, pese a su loable intención, cuestionando la viabilidad de las instituciones y de su clase gobernante.

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