Un escenario mundial complejo y peligroso

Alemania no se había implicado desde fines de la Segunda Guerra Mundial en un conflicto bélico como ahora lo hace al exportar armas para los grupos que enfrentan al Estado Islámico.

Capacidad insuficiente
Foto: AP
Columnas
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Alemania no se había implicado desde fines de la Segunda Guerra Mundial en un conflicto bélico como ahora lo hace al exportar armas para los grupos que enfrentan al Estado Islámico.

Tampoco Rusia había debido hacer, desde la época de la Guerra Fría, una advertencia tan clara como fuerte recordando que cualquier afectación militar a su territorio podría ser respondida con el arsenal nuclear que le ubica como la segunda potencia mundial en capacidad destructiva.

Ni Estados Unidos había demostrado tanta indecisión para hacerle frente al enemigo número uno de su agenda internacional de seguridad, como es el terrorismo: ahora, en el tercer aniversario del asalto a la embajada de Washington en Libia que culminó con el asesinato del embajador y tres colaboradores más, se recuerda que a la fecha ha habido una serie de situaciones que han puesto contra la pared a los viejos acuerdos de 1916 entre Inglaterra y Francia, que a su vez dieron paso a la formación (e imposición) de países a modo de los equilibrios entre esas dos antiguas potencias.

Si se observa un mapa de la región puede calcularse la inmensidad de territorios y las decenas de millones de personas que se ven afectadas, además de los cientos de miles (según los cálculos de la ONU) que ya han perdido la vida.

Es apenas un asomo al precipicio de destrucción que se dibuja a nuestros pies, a menos que en sensata actitud las partes lleguen a los acuerdos pertinentes para evitar el hambre, la destrucción, las migraciones y, con todo esto, el estallido de una potencial guerra más amplia, irregular y sin fines claros.

Las consecuencias, como en cualquier conflicto bélico, son impredecibles. La duración no es una variable que pueda ser manejada con precisión. Allí está la guerra de Estados Unidos en Afganistán.

Caminos

Poco a poco, desde Ucrania hasta Libia, pasando por Siria, Afganistán e Irak, sin dejar de lado el cruento y larguísimo conflicto palestino-israelí, además de los varios escenarios de guerra irregular en África, como son los casos de Mali, Congo, Nigeria y Sudán del Sur, nos topamos con una muy delicada situación donde la respuesta mediante el recurso predominante de la fuerza ha demostrado sus severas limitaciones.

Sin embargo la capacidad de los organismos multilaterales promotores del diálogo y la paz, de forma sobresaliente Naciones Unidas, no ha sido suficiente para contener la animosidad de los bandos. Varios de ellos, por cierto, ni siquiera son objeto del Derecho Internacional.

Ante esa situación países como México, y en general la región latinoamericana, además de su relativa estabilidad económica desde hace lustros no son teatro de conflictos de gran escala militar o de convulsiones sociales. Esto les ha proporcionado un tiempo invaluable para lograr mejores condiciones de estabilidad interna. Por supuesto que los resultados en cuanto a la distribución de la riqueza dejan mucho que desear y también en cuanto a los recursos para preservar la seguridad pública. Pero en el contexto mundial la posibilidad de aportar esfuerzos diplomáticos y humanitarios les permiten tener una voz propia y de peso en el concierto geopolítico mundial.

Esperemos que aún haya tiempo para lograr esos objetivos.

Por el otro lado: en el camino de las amenazas y la preparación de la guerra, la OTAN y la Unión Europea, al igual que Rusia, persisten en demostrar hasta dónde pueden jugar con el destino de sus pueblos. Peor aún sucede en Levante y Asia Menor, sin actores institucionales definidos.

El escenario es cada vez más peligroso.

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