El debate de la licitación

Es cada vez más evidente la necesidad de un debate serio sobre la licitación de sustancias menores en cuanto que no sean de las consideradas pesadas y más peligrosas.

Si la marihuana desciende al uso habitual del tabaco pierde una condición mistérica
Foto: Internet
Columnas
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Dado que es manifiesto el fracaso del esquema represivo-reactivo en la delirante y sanguinaria “guerra” que la derechona, bajo la subordinación yanqui, ha librado contra el tráfico de estupefacientes, es cada vez más evidente, pese a la insensibilidad de un Congreso patidifuso, la necesidad de un debate serio sobre la licitación de sustancias menores en cuanto que no sean de las consideradas pesadas y más peligrosas.

Ello se hace más claro con la reciente manifestación de quienes son partidarios del uso recreativo de doña Juanita, ya sea en churros o en pipa.

El pasado legendario y ritual de esta sustancia en las sociedades tradicionales, donde su uso estaba codificado por un orden religioso, no tiene nada que ver con las actuales disposiciones permisivas en varios estados gringos, en que ya se ha autorizado su empleo legal y lúdico.

Ciertamente una sociedad idolátrica y decadente, hedónica y neomaterialista no puede proclamar para sí el valor transfigurador que han tenido este tipo de sustancias en un orden sacramental, tal como lo señala el más grande escritor alemán de la pasada centuria: Ernst Jünger.

Autor del libro Alucinaciones, drogas y embriaguez, Jünger es muy claro al resaltar que si la marihuana desciende al uso habitual del tabaco pierde una condición mistérica que ha sido una de sus características en sociedades que fundamentan su valor en los símbolos y en el orden mítico.

Su amigo, el extraordinario novelista e historiador de las religiones Mircea Eliade, comparte este punto de vista: “El nivel de lo profano en el empleo de medios considerados alucinógenos o impulsores de ‘otra’ conciencia, niega en su ser, la esfera de lo sagrado y de una dimensión de fusión mística”.

Esterilidad

Mas estos puntos de vista no pueden ser tomados como únicos referentes en un debate que se ha postergado por la insania del prohibicionismo a ultranza y por razones de neocolonialismo geopolítico, en que la americanósfera según sus propios requerimientos, pretendidamente erradica plantíos y cosechas, pero sólo en relación al uso de estos medios por las necesidades estupefactas de su ejército, tanto en la Segunda Guerra Mundial como en Vietnam y en sucesivas guerras de agresión, donde sus soldados han consumido todo tipo de enervantes.

Hay claros antecedentes históricos que hacen de la prohibición un fracaso. El principal es la prohibición de alcohol en Estados Unidos por los años 30 del pasado siglo, que lo único que logró fue la proliferación de destilerías clandestinas, el encarecimiento del alcohol y la pululación de bandas criminales, en una más de las muestras del fundamentalismo puritano anglosajón y su hipocresía consustancial, herencia bíblica asumida como mesianismo de la “raza elegida” para imponer en el mundo, destruyendo el derecho de los pueblos, su modelo depredador de vida.

Ninguna de las llamadas figuras de cera del parlamentarismo mexicano ha hecho suyo este debate, pues varios de ellos han sido señalados como usufructuarios de relaciones con los poderes fácticos que han surgido por el mismo prohibicionismo.

El hecho geoestratégico de que en la Unión Americana haya ya estados en que la marihuana ha sido legalizada, no puede ser soslayado por el Estado mexicano. Ello derrumba el Muro de las lamentaciones de quienes han asumido que ello es “intrínsecamente perverso” y anticipa que ya no se podrá sostener un protectorado dominado por la ley del sherif, pues el propio policía del mundo se da sus fumadas aromáticas color verde lagarto. Hay una esterilidad de origen en prohibir lo prohibido.

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