Uno de los puntos nodales del debate iberoamericano lo expresa el libro Facundo o civilización y barbarie, de Faustino Sarmiento, escrito en 1845, obra simbólica de la Ilustración que ha tenido ecos y réplicas hasta ese extraño libro del autor mexicano Ontiveros, Apología de la barbarie, que es un contraposición radical a la sarmentina visión de Europa, Norteamérica, los unitarios y sus generales —agentes todos de una civilización exterminadora—… mas esa Apología es con un propósito de revuelta a la misma concepción occidental de Iberoamérica.
Todo ello ocurre porque en la nueva estación del subte —en México se le llama Metro— Juan Manuel de Rosas, ese autor fue reconocido por una comisión de honorables bárbaros muy cultos conducidos por Juan Manuel Garayalde, que lo han puesto en contacto con el Instituto Nacional del Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
Ese Yeti que al parecer escribe estas líneas ha sido invitado a dar una conferencia sobre su visión barbárica, mas no se han puesto aún de acuerdo sobre el asado y los tintorros que amerite su presencia en tan significativo ámbito de la subversión cultural contra el establecimiento.
Siempre habrá algo chocante en este tipo de citas, mas valgamos esa licencia al susodicho letrado de los nuevos bárbaros para la intengibilidad de sus fugaces signos.
Lo interesante es que si bien Sarmiento pareciera dominar el mundo academicista y el mundo flotante de los mandarines, hoy en Argentina se levanta un movimiento insurrecional en el orden de los valores culturales, que estima un exceso el legendario nombramiento que diera Perón a Borges como encargado de las carnicerías, según corre una especie, en burla de ese cuento unitario-liberal tan celebrado y tan moralista como El matadero de Esteban Echeverría, pieza romántica del folletín antirrosista y compendio sarmentiano de las presuntas virtudes de la civilización y del modelo universalista totalitario democrático del Gran Hermano.
Reivindicado
La reivindicación de Rosas va muy en la línea de los valores populares confrontados contra la exquisitez európida de la kultura del florero, que exhibe los floreros que cultivara desde Sur Victoria Ocampo. En ello cabe mencionar que el nombre del Instituto Revisionista es el del Caudillo Manuel Dorrego y que su responsable es el historiador de izquierda nacional Pacho O’Donnel.
Dorrego fue un caudillo federal asesinado por los unitarios-liberales en 1828, que como otros magnicidios detonó un conflicto de vastas proporciones que provocó una encarnizada y cruel guerra civil y al que historiadores revisionistas comparan en sus efectos con las muertes de Eleícer Gatián en Colombia; del Archiduque Francisco José en la antesala de la Primera Guerra, y de José Calvo Sotelo en la premonición de la guerra civil en España.
De ese clima de caos y anarquía emergió la figura señera del Restaurador, Juan Manuel de Rosas, el mismo que nunca dejó en paz a Borges y cuyo recuerdo de pendones victoriosos y facones ensangrentados le hicieran escribir: “Famosamente infame/ su nombre fue desolación de las casas,/ idolátrico amor en el gauchaje/ y horror del tajo en la garganta”.
Esa izquierda nacional ha tenido exponentes diversos: Jorge Abelardo Rama; Norberto Ceresole, el ideólogo peronista del bolivarismo de Chávez; Rodolfo Puiggrós; Jorge Enea Spilimbergo; Juan Manuel Abal Medina, entre otros, mas Juan Manuel de Rosas es ya una referencia ineludible como sus banderas. Y es que Rosas sigue cabalgando con su gauchaje.