Van Gogh y Drieu

El enorme pintor
Foto: Dhilung Kirat / Creative Commons
José Luis Ontiveros
Columnas
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En uno de esos viajes que sorprenden a uno mismo, antes de mi pasión por la Patagonia y por España —sucesión de preferencia del alma— estuve por los Países Bajos, los que no han sido nunca de mi vocación viandante por ser protestantes, antimediterráneos, opuestos a España y a la contrarreforma, y donde hay todo tipo de pérdidas del alma, eso sí, estéticas en comparación al espectáculo que nos muestran a diario el Metro o La Merced cuando uno anda por aquí.

Me llama la atención que esos grandes pintores de Flandes, como Brueghel y El Bosco, hayan sido la mortaja pictórica del rey católico don Felipe II y que sean inspiradores de su muerte en medio de terribles dolores y de hediondas e incurables heridas (¿putrefacciones?), según su propio historiador, William Thomas Walsh, de esos católicos de casta que dan la impresión de que han desaparecido de la tierra.

Así pude ver la obra de Vincent van Gogh, el enorme pintor que con su deslumbrante pincel marcó una etapa crucial de la historia del arte y que sirve como referencia a ese último libro de Drieu, fuera de los apuntes que poseo, Memorias de Dirk Raspe.

El libro de Drieu es obra postrera e inacabada, lo que no resulta para nadie que conozca al autor francés un descubrimiento, pero sí resulta notable su apreciación en general de la pintura, que he visto detallada en esa obra tan certera de Ortega, La deshumanización del arte, misma que sería de obligada necesidad para todos los que se arrogan el título de pintores, desde esa mujer que conozco y que valía por sus piernas y no por su talento… Mas qué importa por qué valga.

Dice Drieu: “La gran deficiencia de los ‘viñeteros’ o hurgadores de uvas de Vichy es que presentan a un general lúcido y joven, si bien en Verdun el mariscal Pétain nos dio la victoria a los franceses. ¿Será una desgracia ser un pequeño pintor acostumbrado a tales atrocidades por un sueldo no muy abundante? Yo no lo sé. El escribir, si no fuera por Gallimard, no serviría para uno de mis chalecos”.

Y agrega, en este tiempo de caricaturistas muy críticos e “inteligentes” (¡oh, qué gran colmillo!): “No puedo dejar de ver la distancia entre el arte y su repetición o mejor obsesión de ser lo que uno por su obra no es. Van Gogh supo enfrentarse al mundo, pero él como algún escritor es un sobredotado, un hombre que pinta con el ser, el verbo y la plegaria”.

Juicio

Nadie ha podido superar a Van Gogh, ni el realismo socialista ni la pintura romántica del nacionalsocialismo.

En tal sentido acierta en cuanto a los garabatos abstractos a los que se refiere Ortega y Gasset: el arte de los actuales pintores favorece a los críticos que los interpretan, ya que nadie en sí entiende nada.

Y señala Drieu: “No sé nada de pintar cerdos con alas o ciervos que entiendan latín. No sé nada y por eso veo en las flores, el paisaje, el poder de Van Gogh, una renuncia a pintar lo que cuesta y no lo que en verdad vale. Ha sido el pintor de la verdad y creo que su maestro es Goya”.

El hecho de que la novela de Drieu sea inconclusa le da quizá más interés: “No hay obra que al terminarse no empiece por consumirse, desde la Capilla Sixtina hasta ese afán de inmortalidad infecundo que es tener hijos”.

Drieu tiene momentos muy cátaros en su dandismo de seductor. “He amado la pintura porque refleja el alma, no el deseo; la disciplina, no la morosidad; la exigencia, no el abandono”. Y ello, asevera, se demuestra “en la obra demoledora y solitaria de un cuadro. En Van Gogh encuentro al artista que se sujeta a la desgarradora y mortal necesidad de la belleza”.

La novela Memorias de Dick Raspe, que es su muerte y testamento, concluiría por estas notas. Y como Drieu, comparto el juicio: “Hay muchos que ensucian la pintura, ese blanco purísimo, por el afán de querer ser lo que les está negado”.

Viene a estos reglones el dicho “lo que natura no da, Salamanca no presta”. Y ello comprende maestrías, doctorados y “títulos chamánicos”.

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