A FALTA DE ACADEMIA, ¿ACADÉMICO?

“Procesos formativos que permiten la transición a una etapa expresiva más libre”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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No crecí en una familia de artistas y serlo no era una opción profesional. Jamás me hablaron de ello en la escuela y aunque me gustaba tomar las clases optativas de arte, mi perfil no correspondía al estereotipo artístico. En la primaria participé en un par de concursos de arte a manera de tarea y mis compañeros creían que ganaría; al llegar los resultados no obtenía ni siquiera una mención. “Seguramente lo hicieron tus papás”, declaraban los profesores; ya ni reclamar era bueno. Desde pequeño me fascinaba la música, el cine o colorear pero nunca supe qué estudiar pues ninguna otra cosa me interesaba lo suficiente.

Llegó el momento en el que me vi forzado a elegir carrera universitaria y busqué una que al menos integrara algunos de mis gustos, así que opté por ingresar a Ciencias de la Comunicación. Asistí dos días a la universidad y deserté: de inmediato supe que no era para mí. Junto con una fuerte crisis de identidad vino entonces la necesidad de pintar.

Aunque los lápices de colores habían sido siempre mi juguete favorito, de niño nunca tomé clases de pintura porque mi obstinación característica me llevaba a decir que no cada que surgía la iniciativa por parte de mi mamá, aconsejada por sus amigas. Cuando años más tarde llegué sin vicios ni prejuicios al estudio del maestro que me formó, Demetrio Llordén, entendí que no haber recibido ninguna instrucción previa había sido una ventaja.

Había crecido admirando a los viejos maestros —particularmente a los españoles—, así que cuando tomé la decisión irrenunciable de pintar como camino profesional sabía que quería aprenderlo de esa manera. Fue enorme mi desconcierto cuando al empezar formalmente a buscar escuelas y maestros escuché por primera vez que la pintura era anticuada y obsoleta, que ya había muerto y que lo contemporáneo más bien era hacer video o instalación, que aprender a dibujar ya no era necesario. En los programas de estudio de las academias institucionales de arte supeditaban lo pictórico a lo digital y los talleres gráficos a los laboratorios informáticos. Incluso los pocos maestros de pintura que busqué se regían bajo el postulado de “no tienes que aprender: solo exprésate, sé libre”. Yo estaba empeñado en estudiar pintura de otra manera y así lo hice.

Señalamiento

Durante siglos los oficios plásticos y la comunidad artística estuvieron regulados y protegidos por el gremio de San Lucas, santo patrono de las artes, y se fomentaba —incluso se exigía— la transmisión del conocimiento de maestro a alumno. En el pasado la Academia de San Carlos dio algunas generaciones de buenos pintores gracias a que había extraordinarios maestros, quienes a su vez habían sido instruidos por otros grandes. Y si bien es cierto que, como decía Balzac, tener buena ortografía no te hace un poeta, un buen maestro apronta los procesos formativos que permiten la transición a una etapa expresiva más libre.

El haber optado por una vía de instrucción y de práctica profesional más independiente y personal me ha costado años de estar sometido a la condena y el juicio de quienes, aún hoy, piensan que pintar es un lenguaje artístico que está fuera de tiempo. Y aunque no haber estudiado en una academia fue una decisión libre y deliberada, me enfrento a la ironía de ser frecuentemente etiquetado como “demasiado académico” por saber dibujar. Por otro lado están quienes invalidan más de 25 años de trabajo y desarrollo pictórico bajo la premisa de que nunca estudié en una escuela oficial. Es decir, o me señalan por ser demasiado académico o por no serlo en lo absoluto, a menudo desde la violencia y la grosería protegida por el anonimato de las redes sociales, cancelando así la posibilidad de dialogar, analizar o intercambiar ideas e información en torno de la diversidad de la instrucción artística, el estado actual de la pintura. Y en vez de vincular y fortalecer se desarticula la comunidad aún más.