A RAFAEL CAUDURO

“Reconozco a Rafael Cauduro no solo por su exposición actual y su larga trayectoria”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Desde que tengo uso de razón la pintura ha formado parte de mi historia. Uno de los encuentros más tempranos que tuve con la pintura contemporánea fue en mi infancia cuando, al estar de compras en un centro comercial, descubrí en el aparador de una óptica un cuadro de una mujer que atisba entre sombras por el resquicio de una puerta. La obra, arrinconada y un poco camuflada sobre un muro negro, no es necesariamente fácil de encontrar para quien simplemente está viendo lentes en una vitrina. A mí me pareció un hallazgo significativo y sorprendente —y sigue siéndolo casi 40 años después, pues la obra sigue emplazada en el mismo sitio—. Me llamó la atención el juego simultáneo de mirar y ser visto, muy adecuado para una óptica. En algún momento, años más tarde, identifiqué la firma y confirmé que se trataba de una obra de Rafael Cauduro.

Siendo estudiante de pintura visité la muestra individual de Cauduro en el Museo del Palacio de Bellas Artes, cuando este recinto asumía una vocación consagratoria —misma que con el tiempo no parece haber tenido continuidad ni haber logrado el cometido de consagrar la carrera de muchos de los artistas contemporáneos que exhibieron allí—. Y es que en esos años las artes plásticas, y concretamente la pintura, tenían una importante presencia en el discurso académico, institucional y mediático. Sin embargo esa tendencia cambió abruptamente de dirección cuando se eliminó casi por completo la pintura contemporánea de los espacios de exhibición para dar paso a la omnipresencia del arte conceptual. Ya en 2006 las salas del Palacio fueron ocupadas por una exhibición de más de 140 obras de Gabriel Orozco y desde entonces y hasta ahora es este mismo grupo de poder el que monopoliza el mercado, el discurso dominante y los espacios institucionales y privados.

Generosa disposición

Cuando exhibí en La Tallera en Cuernavaca en 2006 —espacio en el que, por cierto, Cauduro trabajó durante aproximadamente dos años los murales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación— me llevé la grata sorpresa de que él era parte del presidio de inauguración. Mi próximo encuentro con Cauduro fue a través de su trabajo cuando se estaba itinerando una exposición suya en Dallas y esta vez el consulado mexicano me invitó a la inauguración como miembro del presidio. Fue un curioso vaivén del azar, que comentamos con buen humor, el hecho de que él estuviera presente en una inauguración mía y que el destino me llevara en una situación paralela a corresponder en la suya.

Años más tarde nos encontramos en una feria de arte en Miami, la cual él estaba recorriendo con una pareja de coleccionistas. Nos saludamos con gusto genuino, conversamos y cortésmente me introdujo a sus acompañantes y les habló con entusiasmo de mi pintura, lo cual agradecí. A varios años de aquellas anécdotas y una larga historia de coincidencias afortunadas y a propósito de la exposición Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro) que se muestra actualmente en el Colegio de San Ildefonso con motivo de sus 70 años de vida y 50 de carrera artística, no he podido evitar recordar con aprecio la amabilidad y generosa disposición de este artista, cualidades por lo general escasas en el sistema del arte.

Y es que a pesar de que el arte es una actividad tan íntimamente ligada al espíritu humano, muy a menudo el medio carece de humanidad. Desde luego tengo colegas admirados que son también amigos entrañables. Sin embargo es lamentablemente cierto que entre artistas los celos, la envidia y las relaciones por interés son más la regla que la excepción. ¡Y qué decir de tantos galeristas o directores de museos! Basta con entrar al prístino cubo blanco de una galería o a ciertas oficinas de museo para recibir una dosis helada de elitismo, altanería y esnobismo. Así pues, felicito y reconozco a Rafael Cauduro, no solo por su exposición actual y su larga trayectoria, sino también por su sencillez y calidad humana.