ESTA HABITACIÓN YA NO TIENE MUROS

“Una sala virtual que carece de barreras físicas”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Más allá de haber escuchado hablar de Balzac, en mis años escolares no hubo nadie que me acercara a alguna de sus obras. No fue hasta que siendo ya un estudiante de pintura uno de mis maestros me recomendó leer Tres maestros (1920) de Stefan Zweig, un compendio de tres ensayos sobre Balzac, Dickens y Dostoievski, considerados por Zweig como “los más grandes novelistas —y únicos— del siglo XIX”.

A raíz de esa lectura se encendió mi interés por Balzac y leí entonces Louis Lambert (1832), que a pesar de no ser una de sus publicaciones más difundidas representó mi primer encuentro con quien de inmediato adopté como una suerte de maestro intelectual. Cautivado por su personaje principal, me di a la tarea de buscar otra novela de Balzac y así fue que me topé con La obra maestra desconocida (1831), un opúsculo que, además de ser una pieza literaria genial, me fascinó por las brillantes reflexiones que introduce en torno del pensamiento pictórico y que mantienen una enorme vigencia.

En su narración Balzac se aproxima a las tres edades del pintor: el joven principiante, el artista de media carrera y el maestro experimentado. Cada vez que he releído el texto lo he hecho desde una mirada distinta. Por momentos me he sentido identificado con uno u otro personaje o con los tres simultáneamente: con la zozobra, el asombro infantil y la curiosidad del novato; con el aplomo del artista maduro, cuyas vísceras después de años de embates creativos ya se empiezan a corroer; y con la locura obsesiva del viejo pintor. Y es que las edades planteadas por Balzac no responden necesariamente a una cronología temporal en la cual la madurez sucede a la juventud, sino acaso a los años pictóricos, los cuales no responden a la misma lógica o quizás a ninguna lógica en lo absoluto. Pienso en las palabras de Goethe: “Que no puedas llegar es lo que te hace grande”. En mi caso, la pintura que trabajo actualmente no se parece en nada a lo que hice los primeros años de mi carrera, aun si la exploración tiene el mismo eje rector. “Parece que esto lo pintó un anciano”, decían al ver los dibujos y óleos que presenté en mi primera exposición, cuando yo apenas tenía veintitantos años: ¿será que es más joven mi pintura ahora de lo que fue entonces?

Paradoja

Y fue precisamente La obra maestra desconocida de Balzac el punto de partida de la curaduría de una exposición virtual (https://pagartadvisory.com/thisroomnolongerhaswalls) a la cual fui invitado a participar junto con seis colegas admirados de diferentes generaciones y orígenes geográficos: Peter Clossick (Londres, 1948), Antonio Gritón (CDMX, 1953), Sherry Kerlin (Nueva York, 1944), Roberto Rébora (Guadalajara, 1963), Germán Venegas (Puebla, 1959) y Neale Worley (Buckinghamshire, 1962).

El título de la muestra es This Room No Longer Has Walls (“Esta habitación ya no tiene muros”) en alusión, de acuerdo con la curadora Pilar Alfonso, al borramiento simbólico de muros temporales y espaciales y “a la posibilidad de visitar la muestra en una sala virtual que carece de barreras físicas y cuyo punto de partida y de llegada es la pintura misma: presente, pasada y futura”.

Hay una seducción especial cuando se genera un encuentro entre pintores, sea ficticio, literario, real o virtual, como ocurre en este caso; es una experiencia poderosa y atemporal el ser testigo de los efectos de una confluencia de esta naturaleza. Y aunque la experiencia de la pintura debiera ser eminentemente física y exista una paradoja —y a la vez se abran nuevas posibilidades— en el origen digital y condición inmaterial de la muestra: ¿qué interrogantes pueden plantearse, desde la pintura, en torno del arte, los artistas y el acto creativo casi 200 años después de que Balzac escribiera La obra maestra desconocida?