INDEFINIENDO AL ARTISTA

“Un concepto tan abierto y ambiguo que se anula a sí mismo”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Los extraordinarios artífices de las catedrales medievales pasaron a la historia, en su gran mayoría, como anónimos. Se sabe que los escultores, pintores y en general todo tipo de artesanos en la Edad Media se organizaban en gremios que trabajaban colectivamente y dentro de los cuales el individuo no tenía mucha importancia.

En el Renacimiento, en cambio, los artistas cobraron tal relevancia social e intelectual, que se construyó en torno de ellos un aura de genialidad que persiste hasta hoy.

Los pintores barrocos de las cortes europeas pertenecieron al círculo cercano de los monarcas absolutistas, consolidando una sinergia entre el arte y el poder. En los siglos XIX y XX los retratistas de la alta sociedad también estuvieron estrechamente vinculados al poder económico y social, a la vez que los artistas revolucionarios participaron activamente en la transformación de la sociedad mediante la fuerza de sus imágenes. Por otro lado, artistas de las vanguardias exaltaron los ideales de la vida bohemia, apuntalando el estereotipo del artista rebelde, precario y atormentado.

Los conceptos cambian con el tiempo; su connotación, alcance, función y definición nunca es permanente. En diferentes momentos el artista ha sido exaltado o demeritado, celebrado o ignorado. Los roles que ha desempeñado en la historia han generado una serie de lugares comunes, algunos de los cuales permanecen en la actualidad de una u otra manera mientras que otros son abiertamente desafiados; por ejemplo, la idea del genio es rechazada en favor de la noción de que cualquiera puede ser un artista y el artista pobre y bohemio ha sido reemplazado por la existencia del artista millonario y empresario.

Redefinición

Según cifras del Observatorio Laboral del Gobierno de México actualizadas a 2021 hay doce mil 160 profesionistas de las bellas artes en nuestro país. Ante un censo de esta naturaleza que responde a criterios supuestamente objetivos, no puedo evitar preguntarme si realmente existe alguna cualidad o distinción que hace que un artista sea un artista. ¿Tiene que ver acaso con haber asistido a una escuela oficial de arte? ¿Qué hay entonces de los talentos autodidactas o de quienes estudiaron en la periferia de las escuelas? ¿O es que el artista es simplemente aquel que se define a sí mismo como tal?

En consecuencia, ¿es cierto que cualquiera que quiera serlo, es un artista? Quizás en un sentido más práctico, ¿es que el artista es aquel que puede subsistir gracias al arte? Es decir, ¿aquel que percibe una ganancia económica de su obra? Si esto es así, ¿cuánto dinero se considera suficiente ingreso para merecer la categoría formal de artista? ¿Qué hay de aquellos que no pueden vivir de su obra y necesitan trabajar en alguna otra actividad para sobrevivir? ¿Es que ellos no son artistas?

Hay cientos de artistas que no se mantienen de su trabajo y también hay muchas personas que viven y se enriquecen del arte sin ser artistas. ¿Será más bien que el artista es aquel cuya obra trasciende el tiempo aunque no reciba reconocimiento en vida ni figure en los censos oficiales? Sin duda hay numerosos ejemplos en la historia del arte de individuos que han sido ignorados en su tiempo para ser celebrados siglos después. ¿Qué pasa con los artistas efímeros, los que no dejan rastro?

El cuestionamiento respecto de la definición del artista es tan problemático e irresoluble como el concepto mismo de arte. A lo largo de la historia el artista ha sido instrumento de alabanza a Dios, genio humanista, artífice de creaciones prodigiosas, aliado del poder económico y social y pieza esencial en el engranaje de las revoluciones; sin embargo, no queda claro cuál es su función en el mundo de hoy, pues si todo es arte, nada lo es y si todos son artistas, no lo es nadie.

La redefinición del artista en la actualidad se fundamenta en la completa indefinición; un concepto tan abierto y ambiguo que se anula a sí mismo. La tolerancia se revela como indiferencia o quizá como una disolución cínica y deliberada del poder del arte y de la figura del artista desde un sistema que se beneficia de su silencio.