LIEBRES O TORTUGAS

“El arte no progresa, sino que prevalece”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Conozco a muchos buenos artistas mexicanos para quienes no es fácil vivir de su obra. Y considero que hay algo muy fallido en un sistema artístico y social que no puede garantizar ni siquiera el sustento básico de artistas que tienen un trabajo consistente, congruente y profesional, un historial sólido de exposiciones institucionales —incluyendo algunos de los museos más importantes de México—, publicaciones relevantes, además del reconocimiento y aprecio de la comunidad artística y de decenas de generaciones de alumnos en cuyas trayectorias han tenido una injerencia positiva.

Me he referido repetidamente al grave problema —y sus consecuencias— de que el mercado del arte esté monopolizado por una pequeña cúpula de poder y la mayoría de los artistas necesiten recurrir a otras ocupaciones y estrategias, ajenas a sus habilidades y competencias, para poder sobrevivir; que dependan de la concesión —a menudo caprichosa y sujeta a criterios cambiantes— de becas o premios y que aun obteniéndolos este recurso no represente necesariamente una solución definitiva. Y si antes el diseño y la publicidad eran alternativas viables de subsistencia, actualmente la tecnología desplaza más y más la necesidad de la mano y el ingenio humano en estos ámbitos, que ya de por sí están saturados de profesionales cada vez más especializados.

La aceptación de un artista en la exclusiva élite del mercado artístico generalmente iba de la mano de una legitimidad institucional que involucraba a museos, críticos, académicos y galerías. Era un proceso complejo y lento que con frecuencia requería mucha tenacidad, talento y paciencia, cualidades correspondientes a otros tiempos; era la estrategia de la tortuga esópica que ganaba la carrera gracias, en buena medida, a la fórmula, ardua pero efectiva, de constancia y buen trabajo. Chi va piano, va sano e va lontano, dice el proverbio italiano. Sin embargo, en la actualidad ser buen artista no es suficiente para ganarse la vida; tampoco lo es el ser trabajador y constante, pues son nociones que ya no tienen cabida en el paradigma actual. Un artista puede trabajar toda su vida, consolidar su obra e incluso lograr la anhelada legitimidad institucional y aun así nunca alcanzar estabilidad económica. Conozco decenas de artistas extraordinarios que no solo jamás representarán a México en la Bienal de Venecia, sino que en muchos casos ni siquiera son capaces de enfrentar las diferentes crisis que arroja la vida sin el apoyo altruista de otros colegas que tampoco tienen resuelta su situación financiera. Me invade una sensación de desasosiego, pues sé que este sistema no responde a la lógica del mérito.

Mitos y fábulas

Si la célebre fábula de Esopo fue reescrita por La Fontaine y posteriormente por Samaniego, ¿cómo se reescribiría hoy? La fórmula de la tortuga parece haber caducado en favor de su antagonista. La liebre de nuestros tiempos no solo es veloz, hiperproductiva y arrogante, sino que está artificialmente impulsada por sofisticados avances tecnológicos y gana la carrera esforzándose poco y marcando un ritmo inalcanzable para las perseverantes tortugas. La velocidad que se ha implantado en esta era se contrapone a los ritmos y procesos naturalmente humanos.

Actualmente se habla mucho y se aspira a la equidad y sin embargo hay cada vez más distancia entre la élite y quienes ni siquiera pueden vivir de su trabajo. La tan proclamada democratización del arte simplemente no lo es cuando se despoja a la mayoría de los artistas de su derecho básico de supervivencia y se les orilla a desatender aquello para lo que fueron llamados en la vida. ¿Qué es lo que esto revela del sistema del arte y de la sociedad actual? No solamente son tiempos de gran miseria material, sino espiritual y cultural. Se ha romantizado la precariedad, típicamente identificada con la figura de Van Gogh, el gran artista pobre. Sin embargo, más allá de mitos y fábulas, de sistemas económicos y paradigmas sociales, de avances tecnológicos, de ritmos pausados o vertiginosos, incluso de artistas vivos o muertos, el arte no progresa, sino que prevalece y sobrevive a los tiempos desde el misterio de la creación.