LO QUE NO MUERE

Existe un sentido de continuidad y trascendencia producto de la labor de tantos maestros a lo largo del tiempo.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Es inevitable que el Día de Muertos tenga un cierto aire nostálgico al recordar y rendir afectivo homenaje a quienes ya se han ido. A menudo mis maestros ocupan mis pensamientos —este día y muchos otros— y me sorprendo teniendo conversaciones con ellos como si estuvieran vivos. Y es que a través de su obra, memorias y enseñanzas continúan teniendo una presencia constante en mi vida, aún después de muertos.

Llegué al estudio de Demetrio Llordén en 1996 después de haber pasado casi dos años en tutoría con Manuel García Jurado, de quien recibí mi primer acercamiento práctico a la pintura y —lo que más valoro— una vasta educación sobre la obra de artistas extraordinarios que no conocía. Sin embargo fue de Llordén, artista del exilio español, que aprendí el máximo principio del pintor, que es aprender a ver. A diferencia de las escuelas de arte, en las cuales la pintura se impartía si acaso desde la distancia de un escritorio, con Llordén pasé incontables horas dibujando y pintando en el resguardo del taller. Y fue una instrucción afectuosa y exigente, centrada en alcanzar una excelencia en el oficio. La muerte de mi maestro en 2000 me dejó una sensación de orfandad y fue en esa época que me reencontré con quien sería mi último maestro, José Manuel Schmill. Pintor notable, de espíritu libre e irreverente, Schmill al igual que García Jurado y Llordén fue heredero de la escuela de José Bardasano y de la tradición pictórica española.

Así, mi formación en la pintura ocurrió sustancialmente a la vieja usanza, estableciendo relaciones cercanas con cada uno de mis maestros de quienes recibí una educación técnica y teórica rigurosa. Y si bien esta no es la única manera de aprender pintura, sí es la que yo elegí y la única que he experimentado. Actualmente la pedagogía artística es mucho más libre, las relaciones entre maestro y alumno son más horizontales que verticales y se privilegia la expresión sobre la técnica. Sin embargo, en mi caso al menos, el dominio de un lenguaje pictórico me ha conferido mucha más libertad expresiva que si hubiera recibido una instrucción más desenfadada. Soy un convencido de que para bajar del árbol primero hay que haber subido a él. De cualquier manera, yo me pregunto cuáles son los efectos de uno u otro camino —la aproximación más permisiva o la rígida disciplina—, tanto en el sentido artístico como en el humano.

En todo caso el alumno necesita estar abierto y confiar lo suficiente en el maestro para dejarse guiar por él y al mismo tiempo creo que toda formación efectiva ha de pasar posteriormente por un proceso independiente de desaprendizaje y autoconocimiento en el cual se ponga en tela de juicio todo lo impartido por los maestros. Es decir, en el arte como en la vida después de cada ciclo educativo corresponde cuestionar lo aprendido y llegar a una voz propia. Si la obra de arte es extensión del mismo artista parece evidente que esta nunca será genuina en tanto que sea una réplica obediente de aquello que el maestro instruyó.

Legado

Estas pocas líneas son insuficientes para abarcar la inmensa consecuencia que tuvo el paso de mis maestros en mi trabajo y pensamiento. Me pregunto frecuentemente qué hubiera sido de mi desarrollo personal y profesional sin ellos y qué sería de la historia del arte —y de la historia de la humanidad misma— sin la transmisión esencial de un maestro a otro. Pues si bien es cierto que, a diferencia de la ciencia, el arte no progresa linealmente, sí existe un sentido de continuidad y trascendencia producto de la labor de tantos maestros a lo largo del tiempo, desde la época de las cavernas hasta hoy. Sin ese legado de conocimientos ancestrales, técnicas y experiencias el arte quizá sería una variedad de movimientos creativos inconexos, aislados e interrumpidos. Sin los maestros atajando procesos, ¿cuántas veces se hubiera inventado el óleo o investigado el color? ¿Cuántos autodidactas hubieran vuelto a explorar desde cero los fundamentos del dibujo? Así, pues, nunca dejaré de estar agradecido con mis maestros y con su legado que no muere.