NO HAY MAL QUE DURE 100 AÑOS

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Aunque reza el dicho popular que no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista, lo cierto es que en apenas uno la pandemia ha causado enormes estragos no solo en el cuerpo sino en la mente, la economía y la sociedad. Este año ha sido una sucesión previamente inimaginable de crisis y la pandemia lo ha abarcado absolutamente todo. Según se acerca el final de 2020 es imposible hacer el tradicional recuento de lo ganado, lo perdido y lo aprendido sin tener sentimientos mezclados de desánimo, agotamiento y agradecimiento, a pesar de todo. El ser humano tiene una capacidad resiliente extraordinaria y hemos encontrado maneras de adaptarnos a la realidad pandémica, aun si esto ha implicado ir en contra de nuestra naturaleza, esencialmente móvil y sociable.

Y a pesar de que las vacunas empiezan a dejar de ser una promesa ambigua para asomarse como una realidad tangible y próxima, es desgarradora la cantidad de muertos, enfermos, personas en situación de pobreza y problemas que sigue dejando o agravando el Covid. El encierro, parcial o total, aún es necesario y la paradoja es que esa misma falta de intercambio con el otro —de bacterias, de abrazos y de ideas— también nos debilita. Este que concluye se ha caracterizado por ser un año en el que las posturas en torno de la contingencia y cómo enfrentarla se han polarizado y politizado, desarticulando y abriendo distancias entre familiares, amigos y colegas que trascienden lo meramente físico. Y todos los argumentos y desencuentros pierden importancia y se silencian en el momento en que alguien se enferma.

La temporada más activa y boyante en el mercado del arte sucede normalmente en esta época, entre los meses de septiembre y diciembre. Es cuando las casas de subasta hacen sus ventas más importantes, aquellas que ocupan los titulares de la prensa, y también cuando se llevan a cabo algunas de las ferias de arte más prestigiosas en puntos geográficos estratégicos. Este año, a la vez que se anuncia la cancelación de lo que hubiera sido la última gran feria de la temporada, Art Basel Miami Beach, y la próxima apertura de sus salas virtuales de exhibición, se reporta un desplome de 79% en las ventas de las tres casas de subasta más importantes del mundo con respecto del año pasado y de 36% para las galerías —aunque muy probablemente este número sea más alto—. Se han cancelado también las bienales y aplazado indefinidamente cientos de exposiciones, especialmente las llamadas blockbuster que atraen al público masivo. Ha sido el año de la pérdida del contacto físico con la obra de arte y del descubrimiento de las posibilidades y limitantes del encuentro digital.

Renacer

Mi estudio está lleno de nuevas pinturas y también de incertidumbre sobre cuándo, cómo o dónde podré compartirlas con el público. Este año, a pesar de haber visto cancelados o pospuestos los proyectos inicialmente planeados, también he tenido la oportunidad de participar en una colaboración altruista, transformar lo que iba a ser un proyecto expositivo en uno editorial, celebrar mis 25 años de pintor en una exposición individual digital e intentar una reactivación prudente a través de una muestra colectiva presencial. Cada una de estas iniciativas han sido experiencias de aprendizaje y reflexión valiosas y así como ha habido un distanciamiento inevitable con muchas personas, también ha surgido la posibilidad de vinculación con otras muchas desde el sedentarismo compartido y las plataformas virtuales.

Se acaba 2020 y con ello llega el frío y la oscuridad propios del invierno, bajan los niveles de energía y se intensifican las emociones características de las fiestas de fin de año. Ha sido un año protagonizado por el miedo y la muerte; y no me refiero únicamente al lamentable número de vidas perdidas sino también a otras muertes: ciclos terminados y el derrumbe de viejas estructuras que creíamos seguras. Con cada muerte viene la posibilidad de un renacimiento y es tentador sentir nostalgia por lo que fue o anhelar un futuro más brillante; sin embargo, la posibilidad de un verdadero renacer se encuentra solo en el presente y desde uno mismo.